La farsa de la justicia en la era del relato oficial

En un arrebato de insólita candidez, Mariana Ávila ha cometido el imperdonable error de pedir justicia en lugar de aceptar con devoción cívica el relato oficial. Su novio, el cantante Fede Dorcaz, fue ejecutado en el sagrado circuito del Periférico, ese rito de paso capitalino donde la ciudad ofrece a sus ciudadanos el martirio aleatorio como tributo al caos.

Desde su atalaya en la red social X, ese ágora digital donde los dolores se reducen a píxeles, la joven osó cuestionar la sagrada narrativa estatal. Mientras la maquinaria de la desinformación comenzaba a tejer su habitual tapiz de insinuaciones —sugiriendo que la víctima, por el mero hecho de estar vivo, debía de “andar en malos pasos”—, ella cometió el acto subversivo de afirmar que su pareja simplemente iba a casa, feliz, después de verla.

Su crimen no fue solo pedir justicia, sino desafiar el primer mandamiento del régimen moderno: toda víctima es culpable hasta que se demuestre lo contrario. En el nuevo catecismo de la seguridad pública, es más plausible que un joven de 29 años sea un delincuente que admitir que el Estado ha delegado sus funciones fundamentales en motociclistas armados. La petición de Mariana —”JUSTICIA NO MENTIRAS”— resulta tan conmovedoramente ingenua como pedir nieve en el desierto: en el reino de la simulación, las fábulas institucionales siempre prevalecerán sobre las incómodas verdades de los ciudadanos.

ANUNCIATE CON NOSOTROS

Scroll al inicio