La industria televisiva recicla sueños en lugar de crearlos
En el grandioso reino de la televisión abierta, hemos alcanzado la cúspide de la innovación narrativa: la mujer que supera obstáculos y encuentra el amor perfecto, y la pareja de clases sociales opuestas que no puede estar junta. ¡Qué audacia creativa! Qué revolucionario concepto que nunca antes había sido explotado hasta la náusea.
Las sagas “La Cenicienta” y “Romeo y Julieta” han sido elevadas a la categoría de dogma industrial, recicladas con la devoción de un ritual sagrado que supera cualquier consideración sobre originalidad o creatividad. Los sumos sacerdotes de la pantalla chica han declarado estas narrativas como eternas, inmutables y, lo más importante, rentables.
En un espectacular ejercicio de imaginación corporativa, de las 81 telenovelas producidas por el imperio de Televisa entre 2020 y 2025, un abrumador 74% (60 producciones) son reversiones de estos arquetipos milenarios. El restante 26% representa esos experimentos peligrosos llamados “historias originales” que deben demostrar su valía en un campo minado por el conservadurismo creativo.
Los herejes de la narrativa original
En el rincón de los disidentes, la saga “Vencer” de Rosy Ocampo se erige como prueba de que ocasionalmente se permite que florezca una idea novedosa. Pedro Trejo, director de la Escuela de Escritores de la Sogem, observa con resignación ilustrada cómo las ideas frescas son recibidas con la misma calidez que un hereje en la Santa Inquisición.
“Ahora se opta por remakes para audiencias ‘viejas'”, declara Trejo con la franqueza de quien ya no tiene nada que perder, sugiriendo que esta estrategia creativa (si es que puede llamarse así) está diseñada para un público que gradualmente abandona la televisión tradicional. Una estrategia empresarial tan brillante como abrir un negocio de videocasetes en 2025.

La teología del refrito exitoso
Perla Farías, versada en ambos lados del credo televisivo, prefiere el eufemismo “adaptaciones” sobre el crudo “refritos”. En una revelación que dejaría perplejos hasta a los economistas más cínicos, explica que es más fácil convencer a ejecutivos de invertir en algo con “éxito probado”. ¿Innovar? ¿Arriesgar? ¡Qué herejía! Mejor seguir ordeñando la vaca sagrada hasta que dé agua.
Lucero Suárez, productora con 13 creaciones originales y nueve remakes</strong importados, profesa la fe inquebrantable en que "La Cenicienta" (cuya autoría se disputan varios muertos ilustres) y "Romeo y Julieta" (otro éxito póstumo de Shakespeare) nunca pasarán de moda. "Uno nunca tiene pierde cuando tratas historias de amor y de superación", afirma, en lo que podría ser el lema corporativo de toda la industria.
El crítico Rubén Aviña ofrece una visión más cínica (o quizás realista) del proceso creativo: “Los adaptadores que tenemos ahora son escritores frustrados”. Describe un sistema donde los guiones son divididos como piezas de montaje, donde el autor del capítulo 17 ignora por completo lo que sucedió en los primeros dieciséis. ¡Eficiencia industrial aplicada al arte narrativo!
El legado inmortal de lo reciclable
Mientras tanto, el fantasma de Yolanda Vargas Dulché ronda los estudios con la tranquilidad de saber que su obra será explotada durante 30 años más. Su hija, Emoé de la Parra, celebra que frases de estas producciones permeen la cultura popular, incluso apareciendo en canciones de Bad Bunny. “Mi mamá sostenía que lo que hacía era realismo puro”, comenta, en lo que constituye quizás la definición más generosa del término “realismo” en la historia de la literatura.
Así funciona la maquinaria de sueños prefabricados: reciclando, adaptando y regurgitando narrativas centenarias para un público que, según los ejecutivos, no merece mejor cosa. Mientras los escritores novatos sueñan con crear los nuevos clásicos del mañana, la industria prefiere seguir venerando los cadáveres narrativos de ayer.















