La insólita cruzada de una exreina por la eterna juventud
En un acto de rebeldía contra las leyes naturales del envejecimiento, la ciudadana Alicia Machado -antigua soberana de un certamen que alguna vez pretendió celebrar la belleza con propósito- ha proclamado su más elevada aspiración existencial: desnudarse nuevamente para el sagrado pergamino de Playboy, esa biblia del intelecto masculino donde la profundidad filosófica se mide en centímetros de papel couché.
La dama venezolana, que pronto alcanzará el medio siglo de peregrinaje terrenal, confesó sentirse tan pletórica que considera un deber cívico exhibir su epidermis como si fuera un manifiesto contra la decadencia corporal. “Tengo 48 años biológicos”, declaró con la solemnidad de un científico que descubre la cura del tiempo, “mentalmente me siento a veces de 80, he vivido un poco intensamente”. He aquí la paradoja perfecta: un cerebro octogenario anclado en un cuerpo que ansía competir con el de veinteañeras.
Desde su tribuna en Instagram -ese ágora moderno donde las banalidades se visten de profundidad- la exreina rememoró su anterior hazaña editorial con una dedicatoria que rezaba: “To #Donald with love! For my #exboss?”. Qué poético resulta que el mismo individuo que alguna vez criticó su peso ahora reciba este homenaje póstumo a través de fotografías suggestivas. ¡He aquí el triunfo definitivo del amor propio sobre los complejos!
Mientras tanto, en los estudios de televisión donde participa en esos modernos circos romanos llamados reality shows, nuestra heroína no abandona su sueño de regresar a las telenovelas -esas epopeyas dramáticas que moldean la conciencia continental- sin renunciar a su misión fundamental: inmortalizarse en las páginas de la publicación para caballeros. Una verdadera luchadora social que demuestra que, en la era del espectáculo, la relevancia se mide por la cantidad de piel exhibida, independientemente del calendario.
Así avanza nuestra civilización: donde las filósofas posmodernas no escriben tratados, sino que posan desnudas; donde la liberación femenina no se mide en derechos conquistados, sino en portadas alcanzadas; donde la madurez no significa sabiduría, sino perseverancia en mantenerse pertinente para el voyeurismo colectivo. ¡Oh, progreso!















