La ironía del influencer que conquistó con likes lo que no pudo con palabras

En un giro digno de un guion de telenovela neoliberal, los influencers Farid Dieck y Jessica Fernández han demostrado que el amor en la era digital se mide en engagement y verificaciones azules. Todo comenzó cuando un podcast archivado —ese cementerio de confesiones incómodas— reveló que el psicólogo solo logró captar la atención de su ahora prometida cuando su número de seguidores superó el umbral mágico de la relevancia.

“Me dejaba en visto hasta que mi algoritmo me hizo interesante“, confesó Dieck con la candidez de quien descubre que el amor romántico es solo otro KPI (indicador clave de rendimiento, para los mortales). La audiencia, entre indignada y fascinada, señaló la ironía: el gurú de la autoestima validó su relación mediante métricas de Instagram, como si el corazón tuviera una pestaña de analíticas.

Pero el espectáculo no terminó ahí. En otro video, la pareja debatió sobre hijos con la misma sincronía que dos políticos en un debate electoral: él, entusiasta de la familia tradicional; ella, dubitativa como activista que sabe que la maternidad no es un hashtag. El público, convertido en juez de reality show, dictaminó: “No están en la misma página, pero al menos tienen buen contenido“.

Dieck, experto en salud mental con maestrías internacionales, parece haber aplicado la teoría freudiana más cruda: el éxito reemplaza al complejo de Edipo. Mientras, Fernández, activista de género, enfrenta el dilema moderno: ¿cómo denunciar el patriarcado cuando tu prometido te eligió por su tasa de crecimiento en redes?

Entre conferencias en Europa y posts virales, esta pareja encarna el sueño húmedo del capitalismo emocional: convertir hasta los desacuerdos en contenido monetizable. ¿Moraleja? En el siglo XXI, hasta el amor es una startup que necesita inversión en likes.