Como quien ha visto de cerca cómo la salud puede cambiar en un instante, la experiencia de Anel Noreña me recuerda a tantos casos que he conocido a lo largo de los años. La actriz, con una vitalidad envidiable a sus 80 primaveras, enfrentó una de las pruebas más duras: un evento vascular cerebral en plena carretera a Cuernavaca.
He aprendido que estos episodios nunca avisan; llegan sin invitación. Anel relató en el programa “Hoy” cómo comenzó a perder la conciencia, cómo las palabras se negaban a salir y su cuerpo a responder. Ese momento de vulnerabilidad absoluta es algo que marca un antes y un después en la vida de cualquier persona.
Desde mi perspectiva, lo más valioso de su testimonio es la honestidad con que admite su descuido con los niveles de glucosa. Cuántas veces he visto cómo subestimamos las advertencias médicas hasta que el cuerpo nos presenta la factura. Cinco especialistas le habían alertado, pero como muchos, pensó que a ella no le tocaría.
Su hijo José Joel, con ese cariño preocupado que solo los hijos saben expresar, pidió ayuda para vigilar esos antojos de “galletita o dulcecito” que tanto peligro representan. Es en estos detalles cotidianos donde se gana o se pierde la batalla contra las enfermedades crónicas.
Tras un mes y medio de recuperación, el mensaje de Anel resuena con la sabiduría que solo da la experiencia cercana a la mortalidad: “Cuídense el azúcar, la presión, lo necesitamos, ya de la tercera edad, necesitamos esos cuidados”. Palabras simples pero cargadas de una verdad profunda.
Como suele ocurrir en estas circunstancias críticas, la vida ofrece destellos de luz entre la oscuridad. El reencuentro de sus hijos José Joel y Marysol, distanciados durante tanto tiempo, se convirtió en el regalo inesperado de esta dura experiencia. “Se juntaron Pepe y Marisol”, compartió con una sonrisa que vale más que mil palabras.
En este oficio de vivir, he comprendido que las mayores lecciones often vienen disfrazadas de adversidad. La historia de Anel no es solo una nota médica: es un recordatorio potente de que nuestro bienestar es el patrimonio más valioso que poseemos, y que cuidarlo requiere atención constante, especialmente cuando los años acumulan experiencias y el cuerpo pide más cuidado.