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La liturgia capitalista de Shakira en el templo de Fundidora

Una tormenta de facturación y autoayuda musical se desató en Fundidora, donde la resiliencia se midió en decibeles y el amor propio en taquilla.

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La liturgia capitalista de Shakira en el templo de Fundidora

La sumo sacerdotisa del neoliberalismo emocional en su trono móvil

Anoche, el Parque Fundidora no fue testigo de un fenómeno meteorológico convencional, sino de un diluvio calculado de capitalismo emocacional. La divina colombiana, Shakira, no cantó: ejecutó una ceremonia de extracción líquida con una eficiencia del 37.000%, drenando las billeteras de una feligresía eufórica en su tercer ritual monetario en la ciudad.

La deidad del pop, en un acto de condescendencia cosmológica, decidió que su espectáculo diseñado para coliseos romanos modernos podría rebajarse a un parque, demostrando que la gracia divina (y la promoción de giras) llega incluso a los espacios públicos privatizados para la ocasión.

El evento constituyó un fascinante experimento de ingeniería social: niños, jóvenes y adultos, todos unidos en el éxtasis colectivo de coreografías masivas, demostrando que la hipnosis comercial funciona mejor sin distinciones de edad. Un recorrido por tres décadas de éxito comercial disfrazado de soundrack vital.

El chipi chipi inicial no era lluvia, sino las lágrimas del departamento de contabilidad temiendo una disminución en la recaudación. Pero los cielos neoliberales se apiadaron: a las 21:40 horas exactas, la precipitación cesó como por arte de magia mercadotécnica.

“¡Buenas noches, Monterrey! No puedo creer que estemos aquí por tercera vez con ustedes”, declaró la Loba Alfa del circuito de conciertos, en lo que los antropólogos catalogarán como el saludo protocolarario de quien verifica que el cupo esté pagado.

El ritual incluyó los cánticos sagrados: “La Fuerte” (himno a la resiliencia monetizada), “Te Felicito” (oda al despecho rentable) y “Acróstico” (plegaria para que las regalías sigan fluyendo). El clímax llegó con el aullido unánime de la manada coreando el nombre de su líder, demostrando que el culto a la personalidad se cotiza excelente en bolsa.

La revelación teológica de la noche llegó con el sermón de la autoayuda: “¿Cuántas solteras hay aquí? ¿Y cuántos solteros?”. La pregunta, profundamente filosófica, preparó el terreno para la epifanía: el amor propio como producto de consumo superior al amor interpersonal. Brillante estrategia: convertir la soledad en mercado potencial.

El momento más surrealista lo proporcionó el Mariachi Gama 1000, transformando “Ciega, Sordomuda” en una metáfora involuntaria del consumidor ideal. La culminación fue “El Jefe”, tema apropiado para describir la relación artista-público en la economía de la atención.

Al final, las “shakilovers” partieron intoxicadas de endorfinas y empobrecidas monetariamente, pero reconfortadas por haber participado en la más pura expresión del capitalismo emocional del siglo XXI: donde el desahogo se factura, la catarsis tiene precio de platinum y la resiliencia se mide en decibeles de taquilla.

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