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Espectáculos

La muerte de Chespirito y el arte de la cortina de humo perfecta

La muerte del ícono televisivo resurge en medio de sospechas y un oportuno despliegue mediático.

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En un país donde la realidad supera a la ficción, la muerte de Roberto Gómez Bolaños, alias Chespirito, se convirtió en el último acto de un guión digno de sus propias comedias. El 28 de noviembre de 2014, México lloró—o al menos eso nos hicieron creer—al genio detrás de El Chavo y El Chapulín Colorado. Pero, ¿fue su partida tan espontánea como nos vendieron, o el mejor plot twist político desde “El ciudadano Kane” con toques de telenovela?

Coincidencia o no, el fallecimiento del comediante ocurrió en el momento perfecto para el entonces gobierno de Enrique Peña Nieto, quien, entre escándalos de corrupción y la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, necesitaba desesperadamente un deus ex machina. ¿Qué mejor que la muerte de un ícono para tapar el hedor de la crisis? El despliegue mediático fue tan rápido y pulcro que hasta los más crédulos se preguntaron: ¿realmente montaron un homenaje multitudinario en 48 horas, o ya tenían el guión escrito desde antes?

Carlos Villagrán, el eterno Kiko, añadió leña al fuego con su testimonio sobre un velorio “vacío” y un ambiente más sospechoso que un episodio de “Chespirito” sin risas grabadas. “Murió antes, pero Florinda le dijo que aguantara el secreto”, declaró, como si la muerte del comediante fuera un chiste mal contado por las autoridades. ¿Acaso el verdadero Chapulín Colorado no pudo salvarnos esta vez de la manipulación?

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Lo cierto es que, en un mundo donde los gobiernos prefieren distraer antes que resolver, la teoría de que la muerte de Chespirito fue utilizada como cortina de humo no suena tan descabellada. Después de todo, si un país puede creer en un presidente que no recuerda cuánto costó su casa, ¿por qué no iba a creer en un funeral acelerado para salvar las apariencias? La verdad, como siempre, sigue perdida entre los escombros de la memoria colectiva y los archivos convenientemente olvidados de Televisa.

Mientras tanto, Chespirito, desde el más allá, probablemente se ríe—sin querer queriendo—de cómo su legado se convirtió en el chiste más elaborado de la política mexicana.

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