La realidad virtual de la corona y los contratos millonarios

La realidad virtual de la corona y los contratos millonarios

En un giro de acontecimientos que solo podría ser concebido en el más exquisito de los reality shows políticos, el Gran Maestre de Miss Universo, Raúl Rocha Cantú, ha ofrecido al mundo una lección magistral de realpolitik estética. Tras el traspaso ceremonial del tocado de strass de la danesa Victoria Kjaer Theilvig a la mexicana Fátima Bosch, el mandamás del certamen ha emitido una epístola que bien podría leerse como un manifiesto sobre la nueva ontología de lo real.

El ascenso al trono de la embajadora azteca, sin embargo, no ha estado exento de esos molestos percibes que los plebeyos llaman “polémicas“. Primero fue un desaire con el sumo sacerdote tailandés Nawat Itsaragrisil, y luego la impertinente acusación de un supuesto fraude electoral—perdón, queremos decir—de coronación, que involucra de manera fortuita y completamente casual al propio Rocha Cantú.

La divina coincidencia de los 745 millones

Resulta que la Providencia, o quizás fue el Mercado, quiso que Pemex, esa arcadia petrolera nacional, otorgara un contrato por la módica suma de 745 millones de pesos a la empresa PJP4 de México S.A. de C.V., entidad que, en un capricho del destino, resultó ser propiedad del citado magnate de la belleza. La celestial casualidad se completa al descubrir que el progenitor de la nueva soberana, Bernardo Bosch Hernández, ejercía como alto dignatario en la corte de Petróleos Mexicanos por aquellos días. ¡El universo, a veces, teje con hilos tan finos que son invisibles al ojo del profano!

La petrolera estatal, en un arrebato de literalidad burguesa, ha salido al paso con un comunicado para aclarar que dicho convenio expiró hace once lunas, como si la temporalidad de los mortales aplicara a los designios del negocio cosmético global. Una verdadera lástima que la poesía de los números no sea apreciada por los burócratas.

El sermón de la montaña de strass

Frente a este coro de descreídos, el empresario ha alzado su voz en las sagradas escrituras de las redes sociales. Su mensaje, una oda a la ex reina danesa, es en realidad un profundo tratado epistemológico. Mientras la chusma digital se entretiene con “especulaciones”, la organización se consagra a la noble tarea de “trabajar incansablemente“.

“Solo ustedes, y los que estamos dentro del sanctasanctórum”, proclama el patriarca, “conocen el calvario y el éxtasis, cada risa y cada lágrima, siempre con el espíritu de servir a la humanidad”. Una misión filantrópica que, sin duda, justifica cualquier transacción terrenal.

Y luego, la sentencia que resonará en los anales de la filosofía contemporánea: “Muchos viven inmersos en la irrealidad de las redes sociales, mientras nosotros nos centramos en hacer cosas reales, con personas reales“. He aquí la gran dicotomía de nuestro tiempo: la irrealidad de los cuestionamientos populares versus la realidad tangible de los contratos millonarios y las coronas que, por pura virtud, caen en los linajes adecuados. ¡Oh, sublime paradoja! La realidad, al parecer, es una mercancía que solo se produce en los salones VIP.

Así, entre lágrimas de cocodrilo y brillo de diamantes de imitación, se construye el relato oficial. La memoria de Victoria “permanecerá para siempre”, al menos hasta la próxima temporada, cuando una nueva realidad, convenientemente manufacturada, sea revelada a un público que, se nos dice, no es capaz de distinguirla de la ficción.

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