En el grandioso teatro de lo absurdo que es la farándula nacional, el nombre del bardo Julión Álvarez ha vuelto a ocupar, con la puntualidad de un reloj suizo, el proscenio de la controversia. El elenco de esta nueva función incluye a uno de sus aviadores particulares, detenido en Honduras por las autoridades antinarcóticos, en un guion que ya empieza a oler a *déjà vu* rancio.
Según el libreto divulgado por los heraldo mundiales, el individuo, natural de Guadalajara, fue interceptado en el Aeropuerto Internacional Toncontín de Tegucigalpa. La razón: una alerta internacional que lo señalaba por participar en los poéticamente llamados “actos preparatorios para el tráfico de estupefacientes”. Qué delicadeza lingüística para describir los prolegómenos de un cargamento de cocaína.
El argumento se engrosa cuando, entre los efectos personales incautados al aeronaúta, aparece el documento de identidad de un misterioso tercer actante. Ante el crescendo de especulaciones, Julión, cual *deus ex machina* de la era digital, hizo su aparición estelar en las redes sociales para, con la contundencia de quien niega que el agua moja, desmentir cualquier vínculo.
El coro de los inocentes: un manifiesto desde la inocencia
Desde su púlpito en Instagram, Álvarez proclamó, con la vehemencia de un estadista desde su bunker, que tanto su persona como su séquito ya se hallaban a salvo en el sagrado suelo mexicano. Afirmó, con la precisión de un notario, que el detenido era un completo extraño para su comitiva. “Mi piloto José Alvarado y mi copiloto Jesús Cortez, junto con mi equipo y un humilde servidor, surcamos los cielos hace unas horas en un Learjet 31, sin el más mínimo contratiempo, y ya nos encontramos en territorio mexicano”, sentenció por escrito, en lo que bien podría ser el prólogo de una tragicomia.
Frente a la marea de informaciones, el trovador chiapaneco apeló a la sabiduría popular y a sus acólitos, instándoles a desoír los cantos de sirena de las falsas nuevas. Agradeció, no sin cierto patetismo, las muestras de solidaridad y zozobra recibidas, en un acto de contrición pública que ya es un número clásico en su repertorio.
El intermedio: un repaso a los grandes éxitos del pasado
Para el neófito, esto podría parecer una simple anécdota. Para el conocedor, es tan solo otro capítulo de la saga. En el lejano agosto de 2017, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos tuvo el mal gusto de incluir al cantante en su lista de personas non gratas, bajo la sospecha de mantener vínculos con el narcotráfico.
La siempre discreta Oficina de Control de Bienes Extranjeros (OFAC) sugirió que el vocalista de música regional habría actuado como testaferro de Raúl Flores Hernández, alias “El Tío”, un supuesto operador de los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación. Las consecuencias para el artista fueron propias de un estado de excepción: visa cancelada, cuentas bancarias congeladas y prohibición de actuar en tierras estadounidenses. Una suerte de destierro financiero y artístico.
Tras una épica batalla legal que se prolongó durante años, en 2023 la OFAC, magnánima, borró su nombre de su lista negra. La Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) le devolvió el acceso a su fortuna y a su vida económica. Una triunfal restitución para el juglar.
Sin embargo, la farsa es un ciclo eterno. Dos años después, la polémica resurgió con la cancelación, de nuevo, de su visa, obligándole a suspender una presentación en Texas. La historia, como un disco rayado, se repetía.
Y el epílogo familiar no podía faltar. En septiembre de este mismo año, su progenitor, César Álvarez Villalpando, fue aprehendido en Campeche por la presunta tenencia ilícita de armas y por viajar en un automóvil con reporte de robo. Porque en esta ópera bufa, hasta el árbol genealógico tiene su propio arco argumental.



















