Espectáculos
La sacra bota mexicana y el ritual de la celebridad consumista
Un accesorio artesanal se convierte en el protagonista inesperado de un espectáculo global, desvelando nuestra obsesión moderna.

En un acto de caridad sin precedentes, la suma sacerdotisa del espectáculo global, Katy Perry, ha descendido del Olimpo para ungir con su divino pie un par de botas fabricadas por los mortales. No cualquier mortal, por supuesto, sino por los artesanos de una remota y exótica región del planeta conocida como… León, Guanajuato.
El ritual fue meticuloso: un bodysuit semitransparente (para demostrar humildad), guantes largos (para no contaminarse al tocar lo mundano) y un sombrero negro con cristales (la corona de quien realiza un acto de condescendencia). Pero la pieza central, el fetiche, el objeto de culto, fueron las botas plateadas «Freddie», bautizadas con el nombre de un difunto dios del rock para otorgarles la legitimidad cultural que todo accesorio de lujo requiere.
La casa de moda Dante, fundada en el lejano 1996, fue la afortunada elegida para esta epifanía consumista. Proclaman, con la solemnidad de un manifiesto revolucionario, que cada par es «una pieza de arte meticulosamente creada». Por el módico precio de 4,599 pesos, uno puede adquirir una obra de arte para pisar charcos. La pieza, nos informan, está adornada con «cerca de 1,000 tachuelas diminutas colocadas a mano». Mil tachuelas. Una por cada hora de trabajo que probablemente costó fabricarlas, en un sublime ejercicio de poesía capitalista.
Este sagrado evento, ampliamente divulgado en los púlpitos digitales, nos revela una verdad incómoda: en nuestra era, el valor de un producto artesanal no se mide por su belleza o calidad, sino por la celebridad que lo calza. La tradición centenaria del zapatero mexicano ha encontrado su máxima expresión no en el reconocimiento a su oficio, sino en ser un eslabón más en la gran cadena de la validación por influencers. Es un sistema perfecto: la celebridad obtiene el aura de «auténtica» y «conectada con la cultura», mientras el artesano obtiene… una mención. Un trueque justo en el gran bazar de la atención global.
Así, la bota «Freddie» trasciende su función de calzado para convertirse en un símbolo: el de un mundo donde el arte y la artesanía son solo el accesorio brillante que complementa el verdadero espectáculo: la perpetua y absurda ceremonia de la fama.

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