La Danza de los Candidatos al Solio del Entretenimiento Masivo
En un giro de acontecimientos que ha dejado a los augures del espectáculo moderno rascándose las vestales, la divina Adele ha sido catapultada al primer puesto del sacrosanto proceso de selección para el ritual del medio tiempo del Super Bowl. Un puesto que, se rumorea, conlleva más poder que un pequeño estado europeo y cuya influencia se cree capaz de alterar los índices de felicidad global.
Las crónicas del Sports Business Journal revelan con solemnidad que la sacerdotisa británica ya desdeñó una oferta similar en el año de gracia de 2016, un acto de herejía que ahora, en un alarde de perdón corporativo, ha sido absuelto para coronarla como la elegida. No está sola en este circo romano de la fama: la siempre polémica Miley Cyrus también merodea los corredores del poder, esperando su oportunidad para besar el anillo del comisionado Roger Goodell.
Mientras tanto, el oráculo supremo, la todopoderosa Taylor Swift, ha estado enviando señales de humo cifradas a sus legiones de fieles, insinuando que podría dignarse a bajar del Olimpo para este acto de sumisión televisiva. El propio sumo pontífice del fútbol americano, Goodell, avivó las llamas de la especulación con una respuesta tan elusiva y profunda como un comercial de cerveza: “Tal vez”. Una palabra que, en este contexto, equivale a una bula papal para que los medios de comunicación entren en un éxtasis colectivo durante meses.
Así, el gran circo del capitalismo tardío prepara su número estrella: convertir doce minutos de descanso deportivo en el evento cultural más sobreanalizado del planeta, donde la elección de un cantante se vive con la intensidad geopolítica de un cambio de gobierno.