La sordera selectiva de las celebridades en la era del espectáculo

La sordera selectiva de las celebridades en la era del espectáculo

El intérprete sufre la trágica ironía de no percibir las voces de su propia progenie.

En un giro que Jonathan Swift hubiera admirado por su perfecta simetría satírica, el bardo moderno Lupillo Rivera ha confesado padecer una dolencia auditiva que bien podría servir como metáfora nacional: la incapacidad progresiva de escuchar. No es cualquier sordera, sino una aflicción de una precisión casi divina en su simbolismo.

El trovador, tras años de proyectar su voz en los altares del espectáculo, ahora revela con patetismo que su aparato auditivo ha iniciado una huelga general. Lo que comenzó como un leve zumbido se ha transformado en un silencio ensordecedor, particularmente en su oído izquierdo —casualmente el mismo lado donde la mayoría recibe las quejas y demandas sociales—.

“La plebe visualiza a Lupillo Rivera en el proscenio, vigoroso y risueño, pero tras bambalinas yace una verdad que me lacera admitir”, declaró el artista con la solemnidad de un estadista anunciando medidas de austeridad. “Ya no percibo sonido alguno de un oído, y con el contralateral me resta un mísero vestigio. No capto las alarmas matutinas, no oigo cuando mi séquito me despierta, y lo que más me desgarra el espíritu… es que en ocasiones ni siquiera puedo discernir claramente cuando mi propia descendencia me dirige la palabra. Eso me fractura el alma”, escribió el personaje célebre en su Instagram, acompañando su lamento de un collage visual que recuerda a los retratos oficiales de gobernantes en declive.

Resulta fascinante observar cómo esta condición médica refleja con precisión quirúrgica el mal de nuestra época: las élites pueden proyectar su voz en cualquier foro, pero se han vuelto estructuralmente incapaces de escuchar. Mientras los sistemas de amplificación en los escenarios funcionan a la perfección, los mecanismos internos de recepción se han atrofiado por desuso. No oyen las alarmas de la realidad, no perciben las voces de sus equipos, y lo más trágico —según su propio testimonio— han desarrollado una sordera selectiva incluso para las voces de su propia sangre.

En esta farsa contemporánea, la pérdida auditiva se transforma así en una brillante alegoría sobre la desconexión voluntaria de la clase privilegiada, que solo reconoce su discapacidad sensorial cuando esta afecta su esfera íntima, permaneciendo deliberadamente sorda ante el clamor colectivo que resuena más allá de los muros de sus mansiones.

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