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Labubu, el peluche capitalista que devora billeteras y algoritmos

Un fenómeno de culto con dientes afilados conquista bolsos, redes y hasta celebridades.

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En un mundo donde la adultez se mide por la capacidad de pagar 300 dólares por un trozo de tela con dientes de sierra, Labubu emerge como el santo patrono de la contradicción posmoderna. Este engendro de peluche, creado por un ilustrador que probablemente se ríe desde su yate de oro, no es un juguete: es un experimento social disfrazado de elfo mitológico. Las masas, ávidas de pertenecer a algo —incluso si ese algo es una secta de coleccionistas obsesivos—, han convertido estas criaturas en amuletos del capitalismo tardío, colgándolos de bolsos Louis Vuitton como si fueran reliquias sagradas.

La estrategia de Pop Mart es tan brillante como cínica: vender la ilusión de exclusividad en cajas sorpresa, donde el comprador no sabe si obtendrá una pieza codiciada o un pedazo de tela con defectos de fábrica. ¿El resultado? Adultos formando filas como niños en Navidad, peleando en centros comerciales británicos por el privilegio de gastar su sueldo en un símbolo de estatus que, en realidad, no significa nada. Hasta Rihanna y Kim Kardashian, siempre ávidas de validar tendencias absurdas, han abrazado a Labubu, porque nada grita “soy relevante” como posar con un monstruo de peluche.

Lo más irónico es que Labubu no es ni siquiera nuevo. Nació en 2015, pero como todo buen producto capitalista, necesitó una década de manipulación de mercado para convertirse en “viral”. Ahora, con influencers como Lisa de Blackpink mostrando sus Labubus a 100 millones de seguidores, el peluche se ha transformado en un virus digital que infecta mentes y tarjetas de crédito por igual. Los revendedores, esos héroes anónimos del mercado negro, venden ediciones limitadas al precio de un riñón, mientras Pop Mart finge preocupación pero abre 50 tiendas más en EE.UU., porque ¿qué mejor negocio que vender nostalgia manufacturada a adultos que deberían estar pagando hipotecas?

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Y así, entre escasez artificial y videos de unboxing que generan más ansiedad que felicidad, Labubu se consolida como el perfecto reflejo de nuestra era: un juguete que nadie necesita, pero todos desean, mientras el mundo arde. Pop Mart lo sabe, y por eso ya prepara ediciones “estacionales” para explotar cada festividad. Porque en el capitalismo, hasta la inocencia de un peluche se convierte en estrategia de mercadeo.

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