En el reencuentro de los participantes de “La Granja VIP”, la revelación de Lis Vega sobre su estado civil generó sorpresa: la artista cerrará el año en soltería consciente y con plena tranquilidad emocional.
La intérprete cubana aclaró los detalles de su vida privada, señalando que su divorcio se concretó hace doce meses y que su vínculo con Ryan Hoffman, “Rayito”, nunca se formalizó. “Lo que nunca inició, no puede concluir. Siempre fue claro: somos amigos de larga data”, explicó, estableciendo una narrativa de transparencia radical.
Deconstrucción de una “no-relación” en la era de los vínculos líquidos
Frente al interrogatorio de sus colegas, Vega desmontó las etiquetas tradicionales. Aclaró que Ryan nunca fue su novio en el sentido convencional, sino una conexión con quien compartía experiencias. Al ser cuestionada sobre el fin de este acuerdo, la vedette apeló a un discurso contemporáneo de autocuidado y fluidez: la decisión, afirmó, la tomó el Universo al finalizar su participación en el reality.
Esta postura encuentra eco en la cultura digital, donde la ausencia de contenido compartido con el influencer —hermano de la polémica creadora YosStop— fue el indicador que alertó a su comunidad de seguidores, demostrando cómo la huella virtual define hoy las narrativas públicas.
Autonomía afectiva y la nueva cartografía sentimental
Aunque se presenta serena en su soltería, Vega admitió que no anticipaba este desenlace. Recientemente había compartido con la conductora Maxime Woodside proyectos de viaje a destinos como China o la India. Su definición del vínculo es un manifiesto de las relaciones del siglo XXI: “No es novio, tampoco es solo un amigo; es una pareja contemporánea. Los pilares son la responsabilidad afectiva y la transparencia. Colaboramos, co-creamos y tenemos una agenda común. Mi estado actual es de plenitud”, declaró, encapsulando la búsqueda moderna de vínculos auténticos y no restrictivos.













