En el mundo de los realities, donde la autenticidad es un bien escaso, he aprendido que las sorpresas mejor ejecutadas son aquellas que mezclan un personaje potente con una dosis de controversia económica. La inclusión de Lola Cortés como la participante número 16 en “La Granja VIP” es un movimiento que, con los años, he visto repetirse: trae un impulso inmediato de rating, pero también siembra una dinámica de grupo impredecible.
Lo que realmente marca la pauta, y esto es algo que la teoría no te enseña, es la revelación de su contrato. Según se comenta en los pasillos, Cortés ingresó con un sueldo de 500 mil pesos semanales, una cifra que establece un récord para esta primera temporada. En mi experiencia, estas disparidades salariales, cuando se filtran, se convierten en el verdadero motor del conflicto interno, a menudo más que cualquier prueba de habilidad.
Durante la gala inaugural, la también conocida como la “Jueza de Hierro” hizo su entrada con el atuendo de granjera, proclamando ante la audiencia y sus nuevos compañeros: “Vengo aquí como una más. No quiero privilegios, vengo a trabajar, a competir y a disfrutar cada momento”. He escuchado declaraciones similares a lo largo de mi carrera, y la lección siempre es la misma: las intenciones se miden por las acciones, no por las palabras. El verdadero desafío para ella será integrarse cuando su sola presencia genera una comparación inevitable.
Esa reacción mixta es la que define la salud de un programa. Mientras algunos celebraron su incursión, otros participantes mostraron un escepticismo palpable, conscientes de su alto perfil de exigencia. Este es el tipo de tensión que, desde un punto de vista profesional, vale su peso en oro; crea narrativas orgánicas y lealtades divididas que mantendrán al público enganchado durante semanas.