Espectáculos
Los AMAs 2025 o cómo repartir estatuillas como si fueran panfletos publicitarios
La alfombra roja se tiñe de ironía en una noche donde los trofeos brillan más que el talento.

En un derroche de autocomplacencia que haría ruborizarse hasta al más ególatra de los narcisos, la industria musical celebró su ritual anual de autocelebración: los American Music Awards. Bajo el circo de luces y lentejuelas, Jennifer López inauguró el espectáculo con una coreografía que, según los rumores, costó más que el presupuesto anual de educación en algún país subdesarrollado. Pero, ¿quién necesita escuelas cuando tienes coreografías relucientes?
La democracia llegó, por supuesto, en forma de votos online manipulables por bots y fans obsesivos. SZA recibió un trofeo por “Canción de R&B”, un género que, irónicamente, ya ni los propios artistas saben definir. Becky G, coronada como Artista Latina, dedicó su premio a la “comunidad”, ese concepto abstracto que las estrellas invocan cuando necesitan validación moral pero olvidan al día siguiente.
El momento cumbre de la noche fue el regreso de Janet Jackson, quien, tras siete años de ausencia, demostró que la nostalgia sigue siendo el recurso más rentable en una industria incapaz de producir iconos nuevos. Su discurso de aceptación del Iconic Award fue un monumento a la falsa modestia: “No me considero un ícono”, dijo, mientras la audiencia asentía hipócritamente.
Pero la verdadera estrella fue Billie Eilish, quien arrasó con siete premios sin molestarse en aparecer. ¿Para qué asistir si puedes enviar un discurso grabado y seguir facturando con tu gira? Mientras tanto, Bad Bunny consolidó su reinado en la música latina, un mercado que la industria estadounidense ama explotar pero nunca entenderá.
La lista de ganadores fue un catálogo de lo predecible: Billie Eilish como Artista del Año, Beyoncé incursionando en el country como si fuera un disfraz de Halloween, y Eminem resucitando a su alter ego por enésima vez. Hasta Post Malone se llevó un premio country, demostrando que los géneros musicales son tan flexibles como la moral de los ejecutivos discográficos.
En resumen, los AMAs 2025 fueron un recordatorio de que, en el mundo del espectáculo, lo único más inflado que los egos son las categorías de premios. ¿Artista de Afrobeats? ¿Banda sonora de videojuegos? Pronto habrá un galardón para “Mejor artista que respira correctamente en escena”. Mientras, el público aplaude, las marcas patrocinan y los verdaderos músicos siguen esperando su turno fuera del red carpet.

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