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Luisito Comunica y la farsa de la neutralidad en la gentrificación

Un filósofo arremete contra la neutralidad cómoda de los influencers en medio de una crisis urbana.

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En un espectáculo digno de un circo neoliberal, Diego Ruzzarín desenmascaró con ironía letal la neutralidad de Luisito Comunica, ese youtuber que, entre videos de hamburguesas y casas embrujadas, se ha convertido en el perfecto caballo de Troya de la gentrificación. ¿Su crimen? Creer que ser apolítico es una virtud y no una complicidad con los fondos buitre que devoran la Ciudad de México.

La marcha contra la gentrificación, ese fenómeno donde los barrios se convierten en parques temáticos para nómadas digitales, dejó al descubierto lo que ya sabíamos: los influencers son los vendedores ambulantes del capitalismo. Ruzzarín, con la sutileza de un martillo, recordó que “la neutralidad en tiempos de crisis es el disfraz favorito del opresor”. Mientras Luisito graba su próximo vlog en una cafetería artesanal (precio: medio salario mínimo), BlackRock compra la cuadra completa.

El filósofo no se limitó a señalar lo obvio —que el contenido de Luisito tiene la profundidad crítica de un meme—, sino que lo retó a investigar a los verdaderos arquitectos del despojo: las corporaciones que convierten viviendas en activos financieros. “¿Cuándo veremos un video de Luisito exponiendo a BlackRock? Seguramente después del especial de ’10 restaurantes veganos en Roma Norte’”, ironizó.

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Y aquí está el absurdo glorioso: en un mundo donde los youtubers son más influyentes que los políticos, su mayor hazaña es no incomodar a nadie. Ruzzarín lo resumió con elegancia brutal: “El entretenimiento que no cuestiona es el opio del pueblo 2.0”. Mientras tanto, el gobierno de la CDMX, ocupado en repartir folletos turísticos, aplaude el “dinamismo económico” que desplaza a abuelas para instalar coworkings.

Las soluciones propuestas por Ruzzarín —control de rentas, vivienda pública, regulación— son tan razonables que, en este sistema, suenan a ciencia ficción. Pero el mensaje final fue claro: la ciudad no es un buffet all-you-can-eat para extranjeros con laptops. A este paso, hasta los expats llorarán cuando su paraíso gentrificado se convierta en un desierto de cafés de $200 pesos.

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