Lupillo Rivera contrademanda a Belinda por falsedad

Lupillo se apresta para el duelo judicial.

En un giro digno de las más exquisitas tragicomedias cortesanas, el Gran Contendor, Lupillo Rivera, ha decidido no limitarse a recibir los embates de la justicia, sino que ha blandido su propia espada jurídica. Tras la denuncia interpuesta por la Dama del Reino, Belinda, el trovador ha replicado con una contrademanda, sumiendo a la plaza pública en un éxtasis de expectación.

Su heraldo legal, el sabio Alonso Beceiro, desgranó los pormenres del inminente torneo. “Primero, la Dama afirma en su rollo judicial que hubo un idilio de carácter sentimental con el Contendor. Luego, para conseguir el amparo de los guardianes, alega que fue una mera transacción laboral. He aquí la primera falsedad, la grieta por donde se cuela la acusación de perjurio y fraude”, sentenció el letrado con la solemnidad de quien anuncia el movimiento de una pieza en el ajedrez del Olimpo legal.

La estratagema del bando del Contendor es de una belleza retorcida: se aferra a la misma Ley Olimpia que esgrimió su oponente. La batalla ya no es por tierras o honores, sino por la supuesta circulación de videos íntimos, los nuevos pergaminos malditos de la era digital.

“Mi señor no ha esparcido filmación alguna de naturaleza lasciva”, aclaró el heraldo. “Lo que él exhibió ante el populacho fue la simple y llana verdad de su vínculo, que ella misma admitió en su primer manifiesto.”

Pero la acusación más mordaz, la que eleva este pleito a la categoría de sátira social, fue la siguiente. El heraldo Beceiro insinuó que el desdén de la Dama podría tener raíces más mezquinas. “Entre líneas de sus escritos, se percibe el deseo de renegar del idilio por motivos de discriminación. Parece ser que el Contendor no se ajusta a sus nuevos criterios estéticos, a su paladar cromático preferente. Esto, sin duda, sitúa el asunto en un terreno moralmente pantanoso.”

Así, el conflicto trasciende lo personal para convertirse en una farsa sobre la inconsistencia de las narrativas, el uso estratégico de la victimización y los prejuicios velados que subyacen en los altares de la fama. El juicio promete ser, más que una búsqueda de la verdad, un espectáculo de espejos deformantes donde todos se reflejan, pero nadie reconoce su imagen.

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