Lupita D’Alessio convierte el Día de la Madre en un exorcismo colectivo

En un acto de justicia poética que solo México podría ofrecer, Lupita D’Alessio —la suma sacerdotisa del melodrama cantado— transformó el sagrado Zócalo en un diván psicoanalítico al aire libre para 100 mil madres traumatizadas. El gobierno capitalino, en un alarde de congruencia, gastó recursos públicos en lo que bien podría llamarse “terapia grupal con mariachi”.

Puntual como reloj suizo (milagro nacional), la orquesta comenzó a las 19:00 horas para acompañar a la septuagenaria diva en su ritual anual de catarsis colectiva. “Hazme Olvidarlo” sonó menos como canción y más como orden judicial para las ex parejas del país.

Las 10 mil sillas —símbolo inconsciente del conformismo institucional— se llenaron de madres valientes que, por una noche, cambiaron los reclamos domésticos por corear infidelidades a todo pulmón. “Leona Dormida” rugió como si el Zócalo fuera su juzgado personal.

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“Dios me ama”, declaró Lupita entre alabanzas, en lo que parecía un recordatorio a sus tres exmaridos y al sistema judicial mexicano. La ironía flotaba más densa que el smog capitalino cuando dedicó el evento a “todas las madres solteras”, justo después de que la alcaldesa Brugada —experta en reconciliar populismo y cultura— la coronara como “portavoz de las mujeres”.

El clímax llegó cuando sus hijos subieron al escenario durante “Mudanzas”, canción que debería ser el himno no oficial de la pensión alimenticia. El momento “emotivo” tuvo todo: abrazos forzados, sonrisas de compromiso y esa incómoda verdad familiar que todos vimos pero fingimos ignorar.

Como broche de oro, anunció su regreso al Auditorio Nacional —ese mausoleo de egos artísticos— donde, según confesó, antes cabían “12 mil personas”. Hoy caben 10 mil pero con 100 mil boletos vendidos, porque el capitalismo cultural también sabe de inflación.

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Así cerró México su Día de la Madre: celebrando el amor filial con canciones sobre adulterio, aplaudiendo la resiliencia femenina con una mujer que canta mejor de lo que elige maridos, y usando dinero público para lo que realmente importa: alimentar nuestros traumas colectivos con banda sonora.