Madonna encuentra la salvación en la Cábala corporativa

En un espectáculo de contrición para las masas digitales, la Suma Sacerdotisa del Capitalismo Espiritual, Madonna, se desnudó anímicamente ante el gran gurú Jay Shetty, arquitecto de la felicidad empaquetada en pódcast. Declaró, con la solemnidad de quien anuncia una nueva línea de productos, que en su otrora imperio de ambición y lentejuelas, una vez contempló abdicar del trono de la existencia.

Fue en el sagrado recinto de “On Purpose”, el templo digital donde Shetty, un exmonje reconvertido en influencer de la iluminación, ofrece redención en formato descargable. Allí, la Reina del Pop confesó que su escudo contra los dardos de la desesperación no fue la terapia convencional, sino el estudio de la Cábala, esa disciplina esotérica que, convenientemente, se asemeja a un programa de lealtad para millonarios en busca de significado.

“Existieron instantes en mi trayectoria vital en los que incluso consideré la autoaniquilación”, musitó la diva, con la misma sorpresa con que alguien descubre un nuevo color. “Y esto debe sonar peculiar proveniente de mi persona, dado que mi marca no es precisamente la de una artista ‘emo’.” Añadió, con dramática precisión: “Pensé: ‘El umbral de mi tolerancia al sufrimiento ha sido sobrepasado'”.

Reveló que el martirio supremo no fue una gira cancelada ni una crítica feroz, sino una bárbara batalla legal por la custodia de su vástago. “Cuando un ente maligno intentaba expropiarme a mi propio retoño”, narró, “mi súplica al universo fue: ‘Sería más piadoso ejecutarme ahora mismo'”. He aquí el absurdo último: una diosa del éxito material, capaz de mover multitudes, sintiéndose impotente ante la fría maquinaria judicial, encontrando consuelo no en su ejército de abogados, sino en la interpretación mística de textos antiguos. Una alegoría perfecta de nuestra era: la fusión del lujo más exquisito con el misticismo de consumo rápido, donde la salvación es solo un pódcast de distancia.

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