Una Advertencia desde la Trinchera Musical
En mis años en la industria, he visto cómo los vientos cambian. La noticia sobre la comparecencia de Junior H ante la Fiscalía de Jalisco me trajo un déjà vu profundo. No es la primera vez que un colega es llamado a rendir cuentas por el contenido de su arte, y me temo que no será la última. La reacción inmediata de Natanael Cano, saliendo en defensa de su camarada, es un reflejo puro de la solidaridad que se forja en este medio cuando se percibe una injusticia.
Desde su cuenta oficial de Instagram, Cano no solo compartió la nota, sino que lanzó un dardo directo al corazón del asunto. Su mensaje, “Qué gobierno tan ridículo el de mi país, qué vergüenza. Todo por cantar música. Ahora quieren que cantemos lo que ellos dicen”, resonó con una verdad que muchos hemos susurrado, pero pocos decimos en voz alta. He aprendido, a veces a un costo personal, que cuando empiezan a regular tu creatividad, es una pendiente resbaladiza.
Su segunda publicación, un video, fue donde la anécdota se convirtió en lección. La advertencia a su audiencia fue clara y precisa. “Trucha, plebada”, comenzó, usando el lenguaje de la calle que tanto conecta. “Primero es eso, primero que nos digan qué cantar, luego qué vestir, qué escuchar, en qué trabajar… así empiezan estos hasta que se te meten a la cocina”. Esta es quizás la lección más valiosa que puedo compartir: la censura nunca viene de una sola vez. Es un proceso lento y gradual que, si no se frena desde el principio, termina por cercenar libertades fundamentales. No se trata solo de una canción; se trata de quién controla la narrativa de nuestra propia cultura.
En su mensaje final, Cano tocó otro nervio sensible, uno que cualquier ciudadano o empresario comprende: la carga fiscal siempre creciente. “No les basta con los impuestos, no les basta con el predial, qué quieren ahora”, se preguntó, rematando con un contundente “Fuk”. Esta es una frustración que trasciende la música. En mi experiencia, cuando la presión fiscal y la censura creativa caminan de la mano, es una señal de un ecosistema hostil para el arte y la iniciativa individual.
El caso de Junior H, acusado de presunta apología del delito por interpretar “El Azul” en las Fiestas de Octubre de Zapopan, es el ejemplo concreto. La multa de 33 mil pesos y la investigación en curso son más que un problema legal para un artista; son un mensaje para toda una generación de músicos. La línea entre retratar la realidad y glorificar el delito es delgada y a menudo subjetiva. Lo que he observado es que estas acciones suelen generar un efecto contrario al deseado por las autoridades: en lugar de silenciar, amplifican la conversación y solidifican la resistencia cultural.
Al final del día, lo que Natanael Cano hizo no fue solo defender a un amigo. Fue articular el malestar de muchos que ven cómo se intenta domeñar una expresión cultural poderosa y auténtica. La sabiduría práctica que deja este episodio es simple: estar “trucha”. La libertad no se pierde de golpe, se erosiona con pequeñas concesiones. Y a veces, la defensa más elocuente viene de una voz que no teme hablar claro, aunque suene a corrido tumbado.













