Pedro Fernández revive clásicos mexicanos en concierto lleno de emoción

Desde que pisé por primera vez un escenario hace tres décadas, aprendí que el éxito no se mide solo por los aplausos, sino por la conexión con el público. Pedro Fernández, colega y leyenda viva de la música mexicana, lo demostró una vez más en su presentación del 9 de agosto en la Payne Arena de Hidalgo, Texas. Su gira “Ave Fénix” no fue un simple recital; fue una cátedra de cómo mantener viva la esencia de nuestra tradición musical.

El recinto, casi al límite de su capacidad, reunió a seguidores de Reynosa y el Valle de Texas, muchos de los cuales —como yo— crecimos escuchando sus canciones. Conozco bien esa magia: cuando el mariachi entona las primeras notas de “Amarte a la antigua”, el tiempo parece detenerse. Fernández lo logró con maestría, alternando éxitos como “Quién será” y “Te doy la vida” con momentos íntimos donde la guitarra y la voz eran suficientes.

En mis años de carrera, he visto cómo algunos artistas caen en la tentación de reinventarse demasiado. Pedro, en cambio, entendió que la nostalgia bien ejecutada es un arte. Su cierre con “La Mochila Azul” —canción que lo lanzó al estrellato hace 48 años— fue un recordatorio de que las raíces nunca pasan de moda. Los bailarines, el vestuario de charro y los arreglos musicales impecables fueron detalles que, como saben los veteranos, hacen la diferencia entre un show y una experiencia memorable.

Reflexiono ahora sobre lo que hace perdurar a un artista: no es solo el talento, sino la autenticidad. Pedro Fernández podría haberse limitado a reproducir sus éxitos, pero eligió entregar energía y pasión, como si fuera su primera presentación. Esa lección —que aprendí tras años de giras— es la que convierte un concierto en un legado.