Pedro Fernández y el eterno circo de la reinvención forzada

En un mundo donde la obsolescencia programada no solo aplica a los electrodomésticos, sino también a los artistas, Pedro Fernández —alias José Martín Cuevas Cobos— celebra casi medio siglo de carrera sin que el algoritmo de las redes sociales lo devore. ¿Su fórmula? Una reinvención constante, como si fuera un político en campaña perpetua, prometiendo que esta vez sí será mejor que la anterior.

“Renovarse o morir”, declara el cantante con la solemnidad de un profeta, mientras ajusta su sombrero charro en el espejo. “Cada disco, cada gira, debe superar al anterior, como si el público fuera un juez implacable y yo, un condenado a entretener de por vida”. Lo dice con una sonrisa, aunque uno sospecha que, en privado, revisa compulsivamente los comentarios de YouTube.

El Ave Fénix Tour —nombre irónico para alguien que nunca se ha ido— recorre México y Estados Unidos, demostrando que, en la industria del espectáculo, la autenticidad es tan mutable como las tendencias de TikTok. “¡49 años de carrera!”, exclama, como si eso explicara por qué aún le tiemblan las piernas antes de subir al escenario. La modestia, claro, es otro de sus disfraces mejor ensayados.

Pero no todo es miel sobre hojuelas en este circo. Mientras Pedro Fernández cautiva a su público en la Arena Monterrey, su “no-enemigo” Pepe Aguilar hace lo propio en otro rincón de la ciudad. “¿Amigos? No, pero tampoco enemigos”, aclara Pedro, con la diplomacia de un canciller en una cumbre de egos. “La música lo permite todo, incluso que dos charros compartan ciudad sin cruzarse ni en el Starbucks”.

Al final, el espectáculo debe continuar, aunque sea una farsa repetida hasta el cansancio. Porque en este negocio, como en la política, lo importante no es ser genuino, sino parecerlo el tiempo suficiente para que nadie note el truco.