Rod Stewart desafía el tiempo en un concierto épico en México

¿Qué sucede cuando una leyenda viviente del rock decide desafiar las convenciones del envejecimiento en el escenario? Sir Rod Stewart respondió a esta pregunta con una actuación que redefinió los límites de la longevidad artística, transformando lo que pudo ser una simple despedida en un manifiesto sobre la energía perpetua de la música.

Treinta y seis años después de aquel histórico concierto en Querétaro que marcó un hito en su relación con México, “Rod the Mod” regresó con su gira internacional “One Last Time Tour“, no como una nostalgia estancada, sino como una reinvención del legado rockero para nuevas generaciones.

El Palacio de los Deportes se convirtió en una cápsula del tiempo donde peinados mod y mullet coexistían con la sabiduría de fanáticos que demostraron que la edad es solo un número, creando un ecosistema generacional único donde la experiencia y la frescura se alimentaban mutuamente.

En un gesto de autenticidad poco común, el artista reconoció las condiciones desafiantes de la altitud de la Ciudad de México, transformando una potencial limitación física en una demostración de respeto y conexión genuina con su audiencia.

Al aparecer en el escenario a sus 80 años con un traje con estampado de cebra, Stewart no solo desafiaba las expectativas de rendimiento, sino que establecía un nuevo paradigma: el rock no es cuestión de edad, sino de actitud disruptiva permanente.

Desde la apertura con “Infatuation“, el concierto se convirtió en un experimento social sobre cómo la música trasciende el tiempo, conectando a adolescentes con septuagenarios a través de una corriente eléctrica emocional que demostró la universalidad del lenguaje musical.

La secuencia de éxitos como “Having a party“, “Tonight i’m yours” y “It takes two” funcionó como un manifiesto tácito: la verdadera innovación no siempre significa crear algo nuevo, sino mantener vivo lo que realmente importa.

En un momento de brillantez conceptual, la inclusión de violín y arpa en “The first cut is the deepest” desafiaba la ortodoxia rockera, demostrando que la evolución artística requiere constantemente de la fusión de géneros aparentemente inconexos.

La noche se transformó en un laboratorio de emociones cuando “Tonight’s the night” y “Forever young” crearon una paradoja temporal: canciones sobre juventud eterna interpretadas por un octogenario que las hacía sonar más relevantes que nunca.

El verdadero momento disruptivo llegó con “People get ready” acompañado de imágenes de Martin Luther King, transformando el concierto en una declaración política y social que cuestionaba por qué seguimos luchando por los mismos derechos civiles décadas después.

Al cerrar con “Da ya think i’m sexy?“, Stewart no solo entregaba un hit, sino que planteaba una pregunta filosófica sobre la reinvención constante: ¿qué significa ser sexy, relevante y poderoso en un mundo obsesionado con la juventud?

Esta “One Last Time” que esperamos no sea la última, se convirtió en algo más que un concierto: fue un caso de estudio sobre cómo los artistas pueden reescribir las reglas del envejecimiento creativo y demostrar que el verdadero legado no se mide en años, sino en revoluciones musicales provocadas.

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