Espectáculos
Springsteen y Trump libran una guerra de egos con guitarras y tuits
Dos titanes septuagenarios libran una batalla épica donde las palabras son armas y el escenario, el campo de batalla.

En un giro cómico del destino, dos septuagenarios con más ego que cabello —uno con una guitarra, otro con un teléfono— se disputan el título de “El Jefe”. Por un lado, Bruce Springsteen, el bardo de Nueva Jersey que canta sobre obreros mientras llena estadios. Por el otro, Donald Trump, el magnate que convirtió la presidencia en un reality show donde los twits son más explosivos que los misiles.
La batalla cultural del siglo (o del asilo de ancianos)
El rockero, quien lleva décadas siendo la voz de los “perdedores” que Trump desprecia, decidió que el escenario de Manchester era el lugar perfecto para soltar un discurso que sonó más a sermón apocalíptico que a introducción de “Born to Run”. Acusó al gobierno de ser “corrupto, incompetente y traidor”, lo que, irónicamente, son las mismas palabras que Trump usa en sus autobiografías para describir a sus exesposas.
El presidente, ofendido como un adolescente al que le cancelan Spotify, contraatacó llamando a Springsteen “rockero vejete” y sugiriendo una investigación por… ¿activismo musical? “Si Beyoncé y Bruce cantan para Harris, ¡eso es soborno con falsetes!”, declaró, olvidando que él mismo usó “Y.M.C.A.” en sus mítines sin pagar derechos a los Village People.
El manual del buen tirano: ofender primero, preguntar nunca
Trump, experto en reducir debates complejos a insultos de patio de colegio, tildó al músico de “cretino insistente” y criticó su piel “atrofiada”. Springsteen, en un movimiento maestro, replicó tocando “We Shall Overcome” en su siguiente show. Así, mientras uno envejece como vino añejo, el otro fermenta como leche al sol.
Los analistas políticos se rasgan las vestiduras: “¡Springsteen siempre fue de izquierda!”, gritan, como si descubrieran que el agua moja. El hombre que escribió “The Ghost of Tom Joad” no es precisamente fan de los recortes fiscales a millonarios. Hasta Ronald Reagan intentó apropiarse de “Born in the USA”, confundiendo un lamento por veteranos de Vietnam con un jingle para barbacoas patrióticas.
Epílogo: ¿Y los conciertos en casa?
Mientras Trump exige que Springsteen “cierre el pico”, el Boss evade Estados Unidos como si fuera un backstage lleno de fans de MAGA. Su gira europea parece menos una estrategia artística y más un exilio autoimpuesto. ¿El motivo? Quizá tocar “American Skin” en Texas hoy equivaldría a un suicidio profesional… o literal.

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