Espectáculos
Taylor Swift compra una pulsera inflable gigante como souvenir de gira
La estrella pop adquiere un monumento inflable que simboliza su conexión única con los seguidores.

Taylor Swift compra una pulsera inflable gigante como souvenir de gira
En un acto que redefine el concepto de “souvenir turístico”, la emperatriz del capitalismo emocional, Taylor Swift, ha decidido que llevarse imanes de nevera o tazas con forma de guitarra es demasiado plebeyo. ¿Su última adquisición? Un monumento inflable del tamaño de un edificio que alguna vez decoró un estadio, porque nada dice “recuerdo humilde” como una pulsera de 42 metros que requiere permiso municipal para ser transportada.
El arte de inflar egos (literalmente)
La instalación, creada por el artista Shawn Kolodny -cuyo estudio se llama irónicamente “Big Shiny Balls”-, representa perfectamente la economía Swiftiana: convertir objetos cotidianos en artículos de lujo a precios estratosféricos. Lo que comenzó como pulseritas de plástico intercambiadas por adolescentes ahora es una escultura que cuesta más que el salario anual de cinco profesores de música.
Simbolismo neoliberal en PVC
Las pulseras de la amistad, ese fenómeno que solía ser sobre conexiones humanas, han sido absorbidas por la máquina de mercancía Swift. Primero fueron las versiones doradas regaladas por su novio futbolista (porque nada grita amor verdadero como joyas con acrónimos), ahora es este leviatán de nailon que probablemente terminará en una mansión junto a sus otros trofeos: derechos de autor, premios Grammy y corazones de ex parejas.
La gira que devora ciudades
Mientras economistas estudian el “Efecto Swift” en el PIB de las ciudades, la propia artista perfecciona su colección de recuerdos a escala arquitectónica. ¿Siguiente paso? Comprar estadios enteros para convertirlos en dioramas donde recrear sus videoclips, con poblaciones locales incluidas como extras no remunerados. Después de todo, en el universo Swift, el arte no imita la vida: la consume, la infla y la pone en subasta.
Así, entre transacciones millonarias disfrazadas de gestos sentimentales, Swift nos enseña la nueva fórmula del capitalismo cultural: toma un símbolo de comunidad, amplifícalo hasta lo grotesco, ponle precio y llámalo arte. Los fans seguirán tejiendo pulseritas, mientras ella colecciona versiones monumentales que sólo caben en hangares. La amistad es hermosa, pero claramente, más es más.

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