La sombra del crimen organizado sobre la psique colectiva mexicana ha trascendido el ámbito de la seguridad pública para instalarse en el núcleo de nuestra cotidianidad, un fenómeno que ya no es noticia sino una realidad palpable que moldea el carácter nacional.
En este paisaje de temor controlado, surge una voz inesperada: el humorista regiomontano Adrián Marcelo. Desde su tribuna digital en la plataforma X, Marcelo ejecuta un acto de vulnerabilidad radical al reconocer la entereza y el arrojo del exalcalde de Uruapan, Carlos Manzo, en su cruzada por el bienestar de su comunidad.
Su confesión es un destello de crudeza en un ecosistema mediático often saturado de retórica vacía: “Yo no tendría la entereza de Carlos Manzo para confrontar a los verdaderos arquitectos de esta descomposición del tejido social. Anhelo seguir con vida. Siento pavor ante la posibilidad de ser asesinado”. Esta admisión, lejos de ser una muestra de debilidad, se erige como un poderoso diagnóstico de la parálisis que afecta a una sociedad donde la valentía se ha convertido en un lujo prohibitivo.
















