Las comunidades del delta del Yukón-Kuskokwim, en el suroeste de Alaska, se enfrentan a una crisis humanitaria de proporciones históricas tras el paso de los remanentes del tifón Halong. Más de 1.500 personas han sido desplazadas de sus hogares, y aldeas enteras han quedado prácticamente arrasadas por una combinación de fuertes vientos, un oleaje destructivo y graves inundaciones. Las autoridades estatales y la Guardia Nacional se movilizan en una operación de emergencia para proporcionar refugio y asistencia básica a los afectados, mientras se preparan para la llegada de más mal tiempo.
La tormenta, que impactó la región durante el fin de semana, demostró una ferocidad inusual para la zona. La Guardia Costera tuvo que realizar rescates dramáticos, sacando a dos docenas de personas de sus viviendas después de que estas comenzaran a flotar y fueran arrastradas hacia el mar. La lejanía de estas comunidades, situadas a casi 800 kilómetros de Anchorage y solo accesibles por aire o agua, complica enormemente las labores de logística y asistencia. La tragedia se ha cobrado al menos una vida, y dos personas permanecen desaparecidas, con las operaciones de búsqueda dificultadas por las condiciones del terreno.
Entre los pueblos más afectados se encuentran Kipnuk y Kwigillingok, donde la situación ha sido descrita como catastrófica. Mark Roberts, comandante de incidentes de la división de manejo de emergencias del estado, no dejó lugar a dudas sobre la gravedad: “La situación en Kipnuk es catastrófica. No pintemos otro panorama. Estamos haciendo todo lo posible para seguir apoyando a esa comunidad, pero la situación es tan grave como imaginan”. Las evaluaciones preliminares indican que todas las casas en Kwigillingok sufrieron daños, con al menos tres docenas de viviendas completamente desplazadas de sus cimientos.
Los testimonios de los supervivientes relatan escenas de desolación. Brea Paul, una residente de Kipnuk a la espera de ser evacuada, describió la visión surrealista de unas veinte casas flotando a la deriva bajo la luz de la luna. “Algunas casas nos hacían señales con las luces de sus celulares, como si estuvieran pidiendo ayuda, pero no podíamos hacer nada”, relató mediante un mensaje de texto. A la mañana siguiente, grabó un video de una casa vecina sumergida casi hasta el techo, una imagen que simboliza la magnitud de la destrucción. La incertidumbre sobre el futuro pesa sobre los desplazados, como expresó la misma Paul: “Es muy desgarrador despedirse de los miembros de nuestra comunidad sin saber cuándo volveremos a vernos”.
Las condiciones en los refugios temporales son extremadamente difíciles. En el gimnasio de la escuela de Kwigillingok, el único edificio con electricidad, más de 400 personas se agolparon durante la noche. Sin embargo, los baños no funcionaban, obligando a las personas a utilizar cubos o letrinas portátiles. Situaciones similares se repiten en otros puntos de la región, donde la infraestructura crítica, como los sistemas eléctricos en Napakiak, ha quedado inutilizada. Además, se han reportado graves problemas de contaminación, como en Nightmute, donde se avistaron barriles de combustible flotando y se detectó un olor a combustible en el aire.
Los expertos climáticos señalan que este evento no es un hecho aislado, sino parte de un patrón preocupante. Rick Thoman, especialista en clima de la Universidad de Alaska Fairbanks, explicó que el tifón pudo haber ganado fuerza debido a las inusualmente cálidas aguas superficiales del océano Pacífico, un fenómeno vinculado al cambio climático de origen humano que está intensificando las tormentas. Thoman también destacó la resiliencia de las comunidades indígenas de Alaska, pero advirtió sobre los límites de su capacidad de respuesta: “Pero cuando hay una comunidad entera donde prácticamente cada casa está dañada y muchas de ellas serán inhabitables con el invierno tocando a la puerta, hay un límite a lo que cualquier individuo o pequeña comunidad puede hacer”.
El camino hacia la recuperación se presenta largo y complejo. La principal urgencia es realojar a los más de 1.500 desplazados antes de que el invierno ártico congele la región, un desafío logístico monumental dado que la mayoría de los materiales de construcción deben ser transportados por aire o mar a estas localidades remotas. Esta catástrofe evoca los estragos causados hace tres años por los remanentes del tifón Merbok, sugiriendo una nueva y alarmante normalidad para una región que se está calentando más rápido que cualquier otra parte de Estados Unidos. La reconstrucción no solo requerirá de recursos materiales masivos, sino también de una estrategia a largo plazo que fortalezca la resiliencia de estas comunidades costeras frente a un clima cada vez más extremo e impredecible.