En un giro que solo la lógica bélica más exquisita puede comprender, los distinguidos arquitectos de la paz y la estabilidad en la Península Arábiga han decidido enriquecer el ya complejo tapiz del conflicto yemení con un nuevo patrón: el bombardeo entre socios. Los separatistas del sur, otrora floreros en el salón de la coalición antihutí, han tenido la desfachatez de quejarse porque su principal patrocinador, el Reino de Arabia Saudí, les ha enviado unos cálidos saludos en forma de explosivos desde el cielo.
El incidente, ocurrido en la pintoresca provincia de Hadramout, no es más que un recordatorio de que en la noble empresa de salvar a una nación de sí misma, a veces es necesario disciplinar suavemente a los salvadores auxiliares. El Consejo de Transición del Sur, un ente cuya lealtad es tan flexible como los contratos petroleros, interpretó los ataques aéreos como una afrenta, olvidando que en la gran ópera de la geopolítica, los coristas no deben avanzar hacia el proscenio sin permiso del tenor principal.
El delicado arte de la advertencia entre camaradas
Riad, en un ejercicio de comunicación moderna y no beligerante, optó por el lenguaje universal de las bombas para transmitir su mensaje. Medios afines al reino, ejerciendo de heraldos de la diplomacia implícita, sugirieron que todo fue un malentendido pedagógico: una simple “advertencia” para que los aliados sureños retrocedieran unos pasos en el tablero. ¿Muertos y heridos? Meros signos de exclamación en la enérgica nota diplomática. La verdadera coalición, al parecer, no se fractura; simplemente se somete a sesiones de afinación con alto explosivo.
La farsa se profundiza con cada explosión
Así, el circo de la guerra en Yemen presenta su nuevo acto: la Alianza de los que se Bombardean entre sí por el Bien Supremo. Mientras los hutíes, los villanos oficiales del drama, observan desde sus butacas en el norte, los autoproclamados libertadores ensayan una tragicomedia sobre la ambición, la traición y la absoluta incapacidad para distinguir al amigo del enemigo. Es una lección magistral en realpolitik: nada une más que un enemigo común, hasta que la distribución del botín futuro empieza a nublar la vista y a apretar el gatillo, o el botón de lanzamiento.














