Un acto de violencia con motivaciones geopolíticas conmociona a Washington: Elias Rodríguez, de 31 años, confesó haber asesinado a dos empleados de la embajada israelí cerca de un museo judío, declarando a las autoridades que su acción fue un acto de protesta por la situación en Gaza. Las pruebas incluyen imágenes de vigilancia que muestran al atacante disparando reiteradamente contra las víctimas incluso después de su caída.

Este incidente, calificado como terrorismo dirigido por las autoridades, ocurre en un contexto de escalada bélica entre Israel y Hamás, donde cada gesto de violencia alimenta un ciclo de represalias. Rodríguez, quien admiraba al activista que se inmoló frente a la misma embajada meses atrás, planeó meticulosamente su ataque, adquiriendo entradas para el evento horas antes.

La fiscal Jeanine Pirro condenó el crimen como “cobardía disfrazada de causa”, subrayando que el antisemitismo no tiene cabida en una sociedad democrática. Mientras, las representaciones diplomáticas israelíes worldwide intensifican medidas de seguridad y honran a las víctimas con banderas a media asta.

Este episodio revela cómo conflictos aparentemente distantes se materializan en tragedias locales, cuestionando los límites entre activismo y extremismo. ¿Puede la violencia alguna vez ser un instrumento legítimo de protesta? La respuesta, como demuestra este caso, resuena en cada bala disparada y en cada vida truncada.