Ataque con drones rusos extermina tres generaciones en Ucrania

PRYLUKY, Ucrania

Un enjambre de drones kamikaze rusos convirtió un barrio residencial de Pryluky en un escenario dantesco al amanecer. Entre las víctimas: un bebé de 12 meses, su madre —agente policial— y su abuela, borrados por la inteligencia artificial letal de los Shahed iraníes adaptados por Moscú. Nueve heridos completan el saldo de esta ofensiva que evidencia la guerra asimétrica del siglo XXI.

La tragedia tiene nombre propio: Daryna Shyhyda, la oficial que huyó de Kiev buscando refugio en casa de sus padres, solo para toparse con la muerte. “Escapó de los drones en la capital, pero la alcanzaron aquí”, relata una vecina mientras los bomberos —entre ellos el abuelo del niño— rescataban álbumes familiares carbonizados entre escombros. Juguetes infantiles y fotos se mezclan con vigas retorcidas, símbolo crudo de un conflicto que devora futuros.

El ataque sincronizado —103 drones y un misil balístico en seis regiones— coincide con el pulso geopolítico entre Washington y Moscú. Horas antes, Putin advirtió represalias tras los audaces ataques ucranianos contra aeródromos rusos con drones modificados, demostrando cómo la tecnología democratiza la destrucción. Zelensky, en un mensaje cifrado para Occidente, exigió “sanciones inteligentes” contra la industria bélica rusa: desde chips hasta componentes de navegación GPS.

Mientras Merz intenta recomponer el frente diplomático en Washington, Járkiv sufre otro embate: 19 heridos, incluidos una embarazada y una nonagenaria, en edificios residenciales alcanzados por bombas planeadoras. “Terror algorítmico”, lo define un analista: ataques calculados por IA para maximizar el caos psicológico. Al sur, en Jersón, las nuevas bombas gliding rusas —con precisión submétrica— hieren a tres civiles más.

El contrapunto: una explosión en vías férreas de Voronezh, atribuida a sabotaje. Putin denuncia “guerra no convencional”, pero calla sobre sus tácticas de desgaste digital, donde cada dron lanzado es un dato más en su guerra de desinformación. Mientras tanto, familias ucranianas aprenden a rastrear señales electromagnéticas de drones en apps móviles, última línea de defensa en esta distopía bélica.

Con la diplomacia blockchain de Trump-Putin estancada y la OTAN probando láseres antiaéreos, Ucrania clama por sistemas de defensa 5G. Pero hoy, en Pryluky, solo queda el silencio entre los juguetes calcinados de un niño que no verá el futuro hiperconectado que prometían los libros.