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Internacional

Baristas de Starbucks se rebelan contra el nuevo uniforme negro

La rebelión de los baristas: cuando el color de la camiseta se convierte en campo de batalla corporativo.

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Baristas de Starbucks en el escenario, el 20 de marzo de 2019, en una reunión anual de accionistas en Seattle.

En un giro tragicómico del capitalismo tardío, los sumos sacerdotes del café sobrevalorado han declarado la guerra sartorial a sus feligreses laborales. La huelga de los baristas de Starbucks en Estados Unidos —que protestan contra el nuevo código de vestimenta que los convierte en una parodia de camareros góticos— alcanzó niveles épicos este jueves.

Más de 2,000 alquimistas de la cafeína en 120 templos del frappuccino han cruzado los brazos desde el domingo. Su pecado: negarse a vestir como extras de Matrix mientras preparan bebidas con nombres más largos que sus contratos temporales. El sindicato Starbucks Workers United, que representa a estos mártires del servicio al cliente, denuncia que la empresa impuso el lunes un edicto estilístico que prohibiría hasta la sombra de color en sus atuendos.

La nueva norma —que parece diseñada por un villano de Disney— exige camisetas negras lúgubres y pantalones tan aburridos como las juntas directivas que los aprobaron. Todo esto, según la compañía, para que los delantales verdes “destaquen” y creen “familiaridad”. Traducción: homogenizar a la fuerza laboral hasta convertirla en un ejército de sombras serviles.

Starbucks ha perdido el rumbo más que un turista sin GPS”, declaró Paige Summers, supervisora en Maryland. “¿De verdad creen que a alguien le importará el negro azabache de mi blusa cuando su latte de soya cueste medio salario mínimo?”. La ironía alcanza su cenit cuando la misma empresa que prohíbe la expresión personal vende mercancía con su logo que los empleados ya no pueden usar.

La respuesta corporativa fue un monumento al cinismo: ofrecer dos camisetas negras “gratis” (como si fueran limosnas) y sugerir que los trabajadores deberían negociar en lugar de protestar. Mientras tanto, en las redes sociales, los clientes se dividen entre quienes exigen libertad estilística y quienes piensan que los baristas deberían agradecer no tener que usar pelucas del siglo XVIII como en ciertas cadenas de café europeas.

Este conflicto absurdo —donde se debate el derecho a usar estampados mientras el planeta arde y el café sube de precio— es el perfecto símbolo de nuestra era: corporaciones que priorizan el control sobre la ropa antes que salarios dignos, y trabajadores que deben luchar hasta por el derecho a elegir el color de su camiseta.

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