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Internacional

Bolivia declara emergencia nacional por incendios forestales

Las llamas avanzan sin control mientras el país moviliza todos sus recursos ante una catástrofe ecológica que se repite.

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Una Encrucijada de Fuego: Cuando la Crisis Desnuda la Parálisis del Pensamiento Convencional

El gobierno de Bolivia activó este miércoles la alerta máxima, declarando el estado de emergencia nacional. La razón: una vez más, las llamas devoran su territorio. Pero, ¿estamos ante un desastre natural inevitable o el síntoma de un modelo de desarrollo que choca frontalmente con los límites del planeta?

Foto: Agencia AP.

LA PAZ, Bolivia. El viceministro de Defensa Civil, Juan Carlos Calvimontes, presentó una cifra que debería sacudirnos: 720 focos de calor al amanecer, con 549 concentrados en el departamento de Santa Cruz y 140 en Beni, el corazón de la región amazónica boliviana. Estos no son simples números; son la punta de lanza de una emergencia sistémica.

La respuesta inmediata es predecible: gestionar la catástrofe. Calvimontes anunció que se notificará a la comunidad internacional para canalizar recursos y sofocar el fuego. Sin embargo, este enfoque reactivo es como intentar vaciar un océano con un cubo. La verdadera innovación disruptiva no está en cómo apagamos mejor los incendios, sino en cómo desactivamos las bombas de relojería que los provocan.

La memoria es cruel. En septiembre de 2024, la nación andina ya vivió esta pesadilla. Las cifras oficiales hablaron de 9,8 millones de hectáreas calcinadas, mientras que la ONG Fundación Tierra elevó la estimación a una cifra catastrófica de 12,6 millones de hectáreas. ¿Aprendimos la lección? La historia se repite, no como farsa, sino como tragedia amplificada.

¿Y si en lugar de ver el humo como una señal de alarma, lo viéramos como la evidencia de un sistema económico que ha fracasado? El pensamiento lateral nos exige conectar puntos: la expansión de la frontera agropecuaria, la deforestación, la temporada seca intensificada por el cambio climático y políticas de uso de suelo. No son fenómenos aislados; son eslabones de la misma cadena.

La solución revolucionaria no yace en aviones cisterna más grandes, sino en reinventar el valor de un bosque en pie. Imaginen una economía donde la biodiversidad valga más que la soja, donde los créditos de carbono y la bioeconomía generen más riqueza y empleo que la tala. Desafiamos la suposición arraigada de que el progreso significa domesticar la naturaleza. Quizás el verdadero progreso sea aprender a coexistir con ella de forma inteligente y regenerativa.

La emergencia actual es una oportunidad brutal. Una llamada a no solo apagar el fuego de hoy, sino a replantear todo el sistema para que las generaciones futuras no despierten, año tras año entre agosto y septiembre, con el país ardiendo. El desafío no es logístico; es de imaginación.

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