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Canadá frena barcos pero no la extinción de las ballenas francas

Mientras las ballenas luchan por sobrevivir, los gobiernos navegan entre promesas y contradicciones.

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En un giro tragicómico digno de un guion burocrático, el gobierno canadiense ha decidido que este verano es el momento perfecto para proteger a las últimas 370 ballenas francas del Atlántico Norte, una especie que lleva décadas esperando que los humanos dejen de matarla por accidente. Las medidas, tan urgentes como tardías, incluyen pedirle a los barcos que vayan más despacio, como si el problema fueran solo los choques y no siglos de depredación industrial.

Estos majestuosos cetáceos, que alguna vez poblaron la Costa Este en cantidades abundantes, ahora deben conformarse con migrar entre zonas de restricciones de velocidad mientras los gobiernos se felicitan por su compromiso con la conservación. Mientras tanto, los grupos ambientalistas señalan lo obvio: reducir la velocidad de los barcos es como poner un curita en una herida de bala, sobre todo cuando Estados Unidos acaba de archivar una norma similar porque, según parece, cambiar de administración es excusa suficiente para olvidarse de salvar especies.

El comunicado de Transport Canada suena más a epitafio que a solución: “Nos preocupa la falta de reproducción“, admiten, mientras las ballenas tienen menos crías que un reality show. Para colmo, el Acuario de Nueva Inglaterra confirma que este año solo nacieron 11 ballenatos, lejos de los 50 necesarios para evitar que la especie se convierta en un recuerdo. Pero no teman: las autoridades prometen medidas voluntarias, porque nada dice “compromiso ecológico” como confiar en la buena voluntad de los capitanes de barco.

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La ironía alcanza su cúspide cuando recordamos que estas ballenas llevan protegidas por ley desde los años 70, pero siguen al borde del abismo. ¿Será que las leyes sin fiscalización son como semáforos en el mar? Mientras los políticos se turnan para firmar papeles y deshacer regulaciones, las ballenas francas siguen nadando hacia su extinción, esquivando barcos y enredándose en redes de pesca, en una alegoría perfecta de cómo la humanidad “protege” lo que ya casi destruyó.

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