LUSAKA, ZAMBIA — Un tribunal zambiano ha desvelado un caso que parece extraído de un relato de intriga y ocultismo: dos hombres fueron condenados a dos años de reclusión y trabajos forzados por conspirar para asesinar al presidente Hakainde Hichilema mediante rituales de brujería. Pero, ¿qué se esconde realmente detrás de esta acusación sin precedentes?
Los condenados, Leonard Phiri, de 43 años y originario de Zambia, y Jasten Candunde, de 42 años y natural de Mozambique, fueron juzgados bajo una arcaica legislación de brujería promulgada en 1914, durante la dominación colonial británica. Esta ley, un vestigio de otra era, define la práctica de la brujería como el intento de ejercer cualquier tipo de poder sobrenatural con la intención de causar daño.
Las pruebas presentadas por la fiscalía incluyeron un arsenal de objetos insólitos: un camaleón vivo, la cola de un animal no identificado y doce botellas con brebajes de composición desconocida. Las autoridades sostienen que estos elementos iban a ser utilizados para lanzar un hechizo letal contra el mandatario.
Sin embargo, la investigación periodística plantea interrogantes cruciales. ¿Fue este un caso genuino de superstición peligrosa o el síntoma de una lucha de poder más profunda? Los fiscales introdujeron un giro político al argumentar que el hermano de un ex legislador contrató a los acusados. Este dato conecta el insólito episodio con las tensiones políticas subyacentes en el país, sugiriendo que el ritual oculto podría ser la punta de un iceberg de maquinaciones mucho más terrenales.
El arresto se produjo en la habitación de un hotel de Lusaka, luego de que un miembro del personal de limpieza reportara escuchar “ruidos extraños”. ¿Qué ocurrió realmente entre esas cuatro paredes? Los testimonios oficiales pintan un cuadro de rituales clandestinos, pero la falta de transparencia en las pesquisas invita a un escrutinio más profundo.
Un estudio de 2018 realizado por la Comisión de Desarrollo Legal de Zambia revela el contexto: el 79% de la población mantiene una firme creencia en la brujería, una convicción que coexiste con la religión cristiana mayoritaria. Este caso, por tanto, no es una mera anomalía, sino una ventana a la compleja intersección entre la tradición cultural, la fe y el sistema legal moderno.
Al concluir el proceso, los acusados apelaron a la clemencia del magistrado, pero la sentencia fue irrevocable. La pena máxima por este delito es de tres años de prisión, una sanción que muchos podrían considerar leve para un intento de magnicidio, pero severa para un crimen basado en la intención y la creencia.
Este caso, más allá de su singularidad, obliga a una reflexión incómoda: ¿Cómo administra justicia un estado moderno cuando se enfrenta a delitos arraigados en lo sobrenatural? La sentencia en Zambia no solo condena a dos hombres, sino que expone la tensión perpetua entre el racionalismo legal y las fuerzas profundas de la creencia que aún moldean el destino de las naciones africanas.