El Gran Teatro Geopolítico de la Realpolitik Trumpiana
Washington, Distrito de la Comedia.- En el coliseo moderno de la Casa Blanca, donde los mapas de naciones soberanas vuelan hacia papeleras doradas como mariposas heridas, el Gran Negociador ha dictado sentencia. El cara a cara entre el mandatario norteamericano y el líder ucraniano se transformó en una obra de teatro absurda donde los guiones se intercambiaron: Trump, en un acto de ventriloquia geopolítica, repitió fielmente el libreto del Kremlin como si hubiera encontrado por fin su verdadero autor.
El estadista, en un arrebato de realpolitik trumpiana, habría exigido al jefe de Estado ucraniano arrodillarse ante las exigencias moscovitas, adornando su ultimátum con la delicada sutileza diplomática de un mazo: “Rusia los aniquilará”. Una revelación que coincide milagrosamente con la petición confidencial de Putin al magnate: el dominio absoluto del Donbass, como quien pide otra copa de vodka.
Mientras tanto, Zelensky, ese Don Quijote eslavo con chaleco antibalas, se aferra a su molino de viento llamado soberanía nacional. Insiste en que el diálogo es la solución, como si uno pudiera negociar con un tsunami discutiendo sobre filosofía griega. “¿Cómo pactar si no conversamos?”, pregunta con la conmovedora inocencia de quien aún cree en los finales felices.
Regresó de Washington con las manos vacías, sin los míticos Tomahawk invocados, pero con la dignidad intacta. Mientras el Kremli exige su botín de guerra, el líder ucraniano declara que no habrá recompensa para el agresor. “Putin no se detiene con palabras”, advierte, como si el mundo no supiera que los tanques no entienden de retórica diplomática.
En este gran tablero de ajedrez donde los peones son ciudades y los alfiles, misiles, la estrategia maestra parece ser el desgaste calculado: prolongar el conflicto, fatigar a Europa, quebrar la resistencia. “La guerra continúa porque Rusia así lo desea”, sentencia Zelensky, mientras las centrales eléctricas arden como ofrendas a los dioses del invierno nuclear.
Las cifras hablan por sí solas: más de 3,270 drones, 1,370 bombas guiadas y 50 proyectiles diversos han llovido sobre Ucrania en siete días. Una sinfonía de destrucción que acompaña la súplica constante a los aliados: “Más defensas antiaéreas, mejor coordinación, sanciones más duras”. A lo que el Hombre de Mar-a-Lago responde con la lógica impecable del “America First”: “No podemos desarmarnos para armar a Ucrania”, como si se tratara de prestar el cortacésped al vecino.
Los rumores del enfrentamiento sacuden las cancillerías europeas, donde los diplomáticos, esos maestros del eufemismo, susurran sobre capitulaciones negociadas y particiones disfrazadas de acuerdos. En Bruselas, trabajan febrilmente en una posición común de apoyo a Kiev, mientras esperan que Moscú pida permiso a Eurocontrol antes de aterrizar en Budapest, como si la guerra respetara los protocolos de tráfico aéreo.
En este cirio global donde la soberanía se subasta al mejor postor y la diplomacia se reduce a ultimátums, solo queda preguntarse: ¿estamos presenciando el fin del orden internacional o simplemente su transformación en reality show geopolítico?