Una Farsa Geopolítica en el Mayor Centro Comercial del Mundo
En un alarde de precisión quirúrgica y delicadeza diplomática comparable a lanzar una granada en una tienda de porcelanas, el Estado israelí ha decidido elevar el arte de la negociación al siguiente nivel: bombardear la sala de reuniones. No contento con reducir la Franja de Gaza a escombros, ha extendido su particular concepto de “diálogo” al corazón de Doha, donde la cúpula de Hamás deliberaba, irónicamente, sobre una propuesta de alto el fuego enviada por el mismo Washington que, en un giro shakespeariano, avisó al anfitrión qatarí del inminente espectáculo pirotécnico.
El resultado de esta operación de “paz activa” fue tan predecible como absurdo: los líderes principales, expertos en el arte de esfumarse, sobrevivieron para seguir tejiendo su narrativa. Solo sucumbieron algunos comparsas y un guardia de seguridad qatarí, mero daño colateral en este gran teatro de lo absurdo donde los mediadores patrocinan las reuniones y los invitados bombardean la sede.
El presidente Trump, en un arrebato de coherencia inusual, se apresuró a lavarse las manos como un Pilatos moderno, declarando que el mérito (o el demérito) de la jugada era enteramente del “Primer Ministro Netanyahu”. Parece que incluso para un magnate acostumbrado a romper moldes, bombardear un país aliado que te regaló un avión presidencial de repuesto raya en la mala educación.
Mientras tanto, en Gaza, la maquinaria de muerte continúa su implacable labor, habiendo cobrado la vida de decenas de miles de palestinos y desplazado a casi toda la población. Hamás, aunque desgobernado, sigue lanzando ataques de guerrilla. Los rehenes, la moneda de cambio final de este siniestro mercado, siguen atrapados en túneles, su liberación ahora más lejana que nunca gracias a esta magistral jugada de ajedrez donde, al parecer, todos los bandos se empeñan en incendiar el tablero.
Qatar, ese peculiar híbrido de centro comercial de lujo y parque temático de la mediación internacional, ha visto cómo su rol de anfitrión imparcial era recompensado con lo que su Primer Ministro ha calificado, con notable moderación, como “terrorismo de Estado”. La base militar estadounidense de Al Udeid, desde donde se coordinan esfuerzos de “estabilidad”, contempla ahora cómo su país anfitrión es bombardeado por su principal aliado, en una lección práctica de realpolitik que dejaría perplejos hasta a los más cínicos.
La farsa alcanza su cenit cuando se contempla el panorama general: Israel aislando aún más su posición internacional, Hamás usando el martirio como combustible propagandístico, Qatar atrapado entre su ambición de influencia y su vulnerabilidad, y Estados Unidos, el gran titiritero, viendo cómo sus marionetas deciden cortar los hilos y empezar una pelea de navajas en el escenario. Un espectáculo grotesco donde la única verdad incómoda es que la paz siempre es la primera baja.