El circo bélico donde todos actúan y nadie aplaude

CARACAS — En un giro digno del más absurdo teatro del absurdo, el Sumo Sacerdote de la Revolución Bolivariana, Nicolás Maduro, denunció desde su trono de oropel que el Imperio del Norte está fraguando un conflicto fantasma para distraer a sus masas del hecho incontrovertible de que su paraíso terrenal produce más declaraciones épicas que papel higiénico.

Durante una transmisión nacional que compitió en audiencia con las telenovelas más dramáticas, el mandatario acusó al gobierno del magnate Donald Trump de inventarse una “nueva guerra eterna”, una suerte de franquicia bélica de bajo presupuesto donde los villanos son designados por decreto y las pruebas son tan etéreas como la lealtad de algunos camaradas.

Para darle un toque de verosimilitud a esta farsa, el coloso estadounidense ha enviado al portaaviones USS Gerald R. Ford, una ciudad flotante con capacidad para 90 aviones, cuyo único propósito declarado, según fuentes no tan fidedignas, es “detectar y obstaculizar actividades ilícitas”. Una tarea sin duda apropiada para un instrumento concebido para aniquilar naciones, ahora dedicado a la caza de lanchas rápidas.

El coro de la hipocresía en dos actos

El portavoz del Pentágono, Sean Parnell, anunció en la red social de turno que este despliegue de fuerza abrumadora tiene como fin proteger la “seguridad y prosperidad” de su país. Una prosperidad, cabe suponer, que se mide en barriles de petróleo y grados de influencia geopolítica, y una seguridad que inexplicablemente requiere proyectar poder a miles de kilómetros de sus costas.

Mientras, en el escenario principal, el presidente obrero —título que ostenta con la misma naturalidad con la que un pez ostenta un título de alpinismo— calificó el relato estadounidense de “extravagante, mentiroso y negador de la realidad”. Una proyección psicológica magistral, considerando que su gobierno ha elevado la negación de la escasez, la hiperinflación y el éxodo masivo a una forma de arte burocrático.

Frente a la “amenaza del imperialismo”, la solución del régimen ha sido movilizar a las milicias populares. Es decir, ciudadanos comunes que, armados con fervor revolucionario y algo de adiestramiento, están listos para defender la soberanía frente a la máquina de guerra más sofisticada del planeta. Es la versión geopolítica de David contra Goliat, si David estuviera desnutrido y Goliat tuviera satélites espías.

“Que el imperialismo diga y haga lo que le da la gana, nosotros aquí estamos tranquilos, serenos y en paz”, aseguró el mandatario, desde la tranquilidad serena que solo puede brindar un país al borde del colapso humanitario. Mientras tanto, Colombia, México y Cuba corean el coro de condenas, cada uno desde su propio frágil cristal de contradicciones ideológicas y dependencias económicas.

En este gran circo, el verdadero absurdo no es la guerra inventada, sino el espectáculo mismo: dos narrativas opuestas y igualmente caricaturescas chocando en un vacío de sentido, mientras la población civil, atrapada entre la retórica y la realidad, se pregunta si reír o llorar ante el grotesco desfile de egos disfrazados de estadistas.

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