El creciente aislamiento internacional de Israel bajo Netanyahu

En mi larga trayectoria analizando la geopolítica de Oriente Medio, he sido testigo de numerosos discursos en Naciones Unidas. Pero cuando Benjamin Netanyahu se dirigió a la Asamblea General, la atmósfera era palpablemente diferente. Israel, un actor histórico con alianzas sólidas, se enfrenta ahora a una realidad que pocos anticipábamos: un creciente tratamiento como Estado paria por parte de una porción significativa de la comunidad internacional. He aprendido que cuando los aliados tradicionales empiezan a expresar su indignación de forma pública, se avecina un cambio de paradigma.

La ofensiva militar en la Franja de Gaza ha sido el catalizador principal de este giro. He visto cómo las acciones militares, por justificadas que puedan parecer internamente, tienen un coste diplomático acumulativo. La decisión de varias naciones occidentales de reconocer al Estado de Palestina no es un gesto aislado; es el resultado de una frustración acumulada. La experiencia me ha enseñado que estas decisiones se toman tras largos debates internos, señalando una pérdida de paciencia profunda.

La anécdota del vuelo de Netanyahu, desviado para evitar espacio aéreo europeo por el riesgo de una orden de arresto de la Corte Penal Internacional, es sintomática. En mis años de trabajo, nunca había visto un nivel tal de precaución logística para un jefe de gobierno en una misión diplomática. Esto trasciende la política y se adentra en el terreno de la legitimidad percibida a nivel global.

Es cierto que el apoyo del presidente estadounidense Donald Trump ha sido un dique de contención. Sin embargo, la sabiduría práctica en relaciones internacionales dicta que ningún apoyo es incondicional eternamente, especialmente cuando la opinión pública doméstica presiona. Las encuestas que muestran el descontento entre demócratas y, lo que es más significativo, entre republicanos jóvenes, son una señal de alarma que ningún estratega experimentado puede ignorar. He observado cómo los cambios generacionales redefinen las alianzas más sólidas.

La comparación de Netanyahu con una “super Esparta” fue reveladora. En la historia, las Espartas terminan aisladas. La rápida retractación tras la caída de la bolsa de Tel Aviv demuestra la tensión interna entre la retórica de fortaleza y la dependencia económica de la aceptación global. Una lección clave que he aprendido es que la autosuficiencia absoluta es un mito en un mundo interconectado.

Atribuir toda la crítica al antisemitismo o a la propaganda, como hace el gobierno israelí, es un error de análisis que he visto cometer antes. Simplifica un problema complejo. La aprobación de nuevos asentamientos en Cisjordania, sabiendo que fractura el territorio palestino, es percibida internacionalmente como una provocación que socava activamente la solución de dos Estados. Los aliados más leales advierten de las consecuencias: la elección futura entre un sistema similar al apartheid o un Estado binacional que diluya el carácter judío de Israel.

Como bien señaló el presidente francés Emmanuel Macron, estamos en un “último momento”. He llegado a comprender que en los conflictos prolongados, hay puntos de no retorno. La creciente marginación de Israel no es solo un problema de imagen; erosiona su capital político, su seguridad a largo plazo y su lugar en el orden internacional. La verdadera prueba de liderazgo será si puede navegar esta crisis sin sacrificar sus intereses fundamentales en el altar del aislamiento.

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