Internacional
El Estado Islámico ataca una iglesia en Damasco y revela grietas en la paz
La sombra del terror resurge en un lugar sagrado mientras el gobierno promete estabilidad.

DAMASCO — Porque nada dice “reconciliación nacional” como una bomba en un templo. El Ministerio del Interior sirio, esa institución famosa por su transparencia y eficacia, anunció con orgullo que los autores del ataque a una iglesia griega ortodoxa eran miembros del Estado Islámico, ese club de vacaciones para fanáticos que nunca pierde vigencia en Oriente Medio. Según el portavoz, también planeaban atacar un santuario chií, porque ¿por qué elegir entre cristianos y musulmanes cuando puedes odiar a ambos?
El ataque del domingo en la iglesia de Mar Elías dejó al menos 25 muertos, un número lo suficientemente bajo como para que no arruine las estadísticas de “paz relativa” que el nuevo gobierno intenta vender. Mientras las autoridades se apresuran a culpar a los habituales sospechosos, uno se pregunta: ¿realmente necesitaban al EI para explicar este desastre? En un país donde las milicias proliferan como hongos después de la lluvia, cualquier grupo con un fusil y un grudge puede ser el próximo protagonista.
El portavoz Noureddine Al-Baba —nombre que parece sacado de un cuento infantil, pero con un guion mucho más sangriento— reveló que capturaron a un segundo terrorista camino a atacar un santuario chií en Sayyida Zeinab, ese distrito donde la espiritualidad y la paranoia se dan la mano. También frustraron un tercer ataque, esta vez contra una multitud en Damasco, porque nada une más a un régimen que la constante amenaza de ser volado por los aires.
“Incautamos armas y explosivos”, declaró Al-Baba, como si eso no fuera el equivalente a decir “encontramos agua en el océano”. El supuesto líder de la célula, Mohammad Abdelillah al-Jumaili, fue presentado como el villano de turno, un reclutador de extremistas del campamento de Al-Hol, ese paraíso multicultural donde exmiembros del EI y sus familias disfrutan de unas vacaciones financiadas por la geopolítica global.
Mientras tanto, en la Iglesia de la Santa Cruz, los funerales de las víctimas se convirtieron en otro espectáculo de dolor y retórica. Campanas, lamentos y ataúdes blancos: el paisaje perfecto para que el clero proclame mártires y el gobierno prometa justicia, esa palabra que en Siria suena más a eslogan que a realidad. Dima Beshara, quien perdió a ocho familiares, preguntó entre lágrimas: “¿Qué hicieron mal? ¿Fueron a rezar?”. Una pregunta válida en un mundo donde la fe parece ser el peor crimen.
Y así, entre lágrimas y consignas vacías, Siria sigue su eterno ciclo: violencia, duelo, promesas de paz. Porque, al final, lo único que perdura es la certeza de que mañana habrá otro ataque, otro funeral, otro portavoz leyendo un comunicado. Y la gente, como Dima, seguirá preguntándose: “¿Debo tener miedo cada vez que quiera rezar?“. La respuesta, tristemente, sigue siendo sí.

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