En un giro que ha dejado atónitos a los cronistas de lo grotesco, la Sacrosanta Asamblea de la República Bolivariana de Venezuela, ese faro de jurisprudencia impecable, ha anunciado con estruendo la formación de una Comisión de Investigación de lo Evidente. Su misión: escrutar con lupa las presuntas ejecuciones festivas perpetradas por el Imperio del Norte en su cruzada caribeña contra unos fantasmas que, casualmente, siempre viajan en lanchas rápidas y desaparecen en explosiones pirotécnicas.
El Gran Maestro de Ceremonias y archipámpano del régimen, Jorge Rodríguez, proclamó el edicto tras un conmovedor encuentro con los deudos de los mártires náuticos. Prometió que una legión de diputados, armados hasta los dientes con resoluciones, desentrañará “los graves hechos que condujeron al asesinato de venezolanos en aguas del mar Caribe”. La noticia ha sido recibida con lágrimas de cocodrilo en los salones del poder, donde la investigación es el nuevo eufemismo para “gesto que no costará nada y no cambiará nada”.
El Espectáculo de la Fuerza Naval
Por primera vez desde que el Leviatán Yankee decidió que el Caribe era su patio de recreo privado, el oficialismo ha concedido audiencia a los familiares. El presidente Donald Trump, en su infinita sabiduría, desplegó su armada no para buscar tesoros, sino para bombardear el concepto abstracto del mal, que curiosamente adopta la forma de pequeñas embarcaciones. El resultado: más de 80 almas enviadas al otro mundo en un operativo que huele más a pesca de arrastre con dinamita que a procedimiento judicial.
Mientras tanto, el sumo sacerdote del interior, Diosdado Cabello, declaró que ya estaban investigando el primer ataque, aunque los detalles de tan profunda pesquisa son más secretos que la receta de la Coca-Cola. Se rumorea que la investigación consiste en determinar el ángulo exacto de la ironía.
El Coro de la Indignación Conveniente
Rodríguez aseguró que la fiscalía, ese bastión de independencia, se unirá al circo para investigar “los crímenes contra venezolanos y latinoamericanos”. Desde Colombia, el presidente Gustavo Petro se apresuró a unir su voz al coro, denunciando que también hay víctimas colombianas. Es la condena perfecta: todos contra el villano de turno, para que nadie mire los trapos sucios en casa.
Las acciones de Washington han servido, sobre todo, para intensificar el drama. Acusan a Maduro de encabezar una organización narcoterrorista, mientras Caracas responde que todo es un invento para robar su petróleo. Es el baile de la hipocresía: un país que se presenta como campeón de la soberanía investiga a otro que se erige en gendarme global, mientras el verdadero negocio florece en las sombras, indiferente a los cañonazos y los discursos.
Para coronar el absurdo, la Administración Federal de Aviación advirtió que sobrevolar el espacio aéreo venezolano es más arriesgado que cruzar un campo minado con los ojos vendados. Trump sugirió cerrarlo por completo, a lo que Caracas respondió con el improperio favorito del siglo XXI: “amenaza colonialista“. Así, entre advertencias aéreas y acusaciones de piratería moderna, el Gran Teatro del Absurdo Geopolítico levanta el telón cada mañana, con los mismos actores y un guión que, por repetitivo, no deja de ser tragicómico.














