El Gran Teatro del Absurdo Gubernamental en Washington

El Gran Teatro del Absurdo Gubernamental en Washington

Los augustos legisladores contemplan el vacío existencial de sus acuerdos.

La nación más poderosa del orbe, en un sublime acto de autofagia institucional, se ha sumido en un paro administrativo. Estados Unidos navega las procelosas aguas de la indeterminación porque sus tributos políticos, los honorables legisladores, han elevado el desacuerdo a la categoría de arte, incapaces de suscribir un simple pacto para que la maquinaria estatal no escupa la última tuerca.

Una votación para desactivar este apagón federal naufragó estrepitosamente, como es tradición, porque demócratas y republicanos han jurado solemnemente no claudicar en su cruzada por tener la razón absoluta. La patria, al parecer, es un daño colateral aceptable.

Un ejército de aproximadamente 750.000 sirvientes públicos será arrojado a la pira del desempleo temporal sin remuneración, un sacrificio humano moderno para apaciguar a los dioses del presupuesto. Mientras las oficinas bajan sus persianas, quizás para siempre, el Gran Director, Trump</strong, prometió ejecutar "acciones irrevocables" en un arrebato de venganza creativa. Su maquinaria de deportación avanzará a ritmo de vértigo, en tanto los servicios de educación y medio ambiente se contorsionan en su lecho de muerte. Las secuelas económicas, por supuesto, serán una plaga que se esparcirá por los confines de la nación.

“Desde luego, elevo mis plegarias para que recobren el juicio“, declaró con beatífica paciencia el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, flanqueado por una escolta de caciques republicanos en el sagrado recinto del Capitolio. Una oración, al fin y al cabo, es más barata que un acuerdo.

Este es el tercer colapso administrativo orquestado bajo el mandato del Magnate, y el primero desde su triunfal regreso a la Morada Blanca. Una hazaña sin precedentes que subraya la sublime bipolaridad sobre las prioridades fiscales y un ecosistema político que canoniza la intransigencia fundamentalista y execra el arcaico y pusilánime arte del consenso.

El Ritual de la Culpa Mutuamente Asegurada

Los demócratas, en un insólito arranque de temeridad, prendieron la mecha de esta refriega. Su feligresía, ávida de desafiar el legado del segundo advenimiento de Trump, los empujó al abismo. La demanda demócrata: fondos para subsidios sanitarios que eviten que millones de mortales queden desamparados bajo el paraguas de la Ley de Cuidado de Salud Asequible. Una petición tan romántica como, al parecer, irrealizable.

Los republicanos, custodios de la pureza ideológica, se han negado a dialogar hasta el momento, animando al Presidente a mantenerse en su Olimpo particular. Tras un conciliábulo en la residencia presidencial, el mandatario deleitó a la población con un montaje audiovisual de factura grotesca y burda, una sátira visual que fue universalmente celebrada como una joya de la inmadurez y el racismo.

“La conducta del presidente Trump se ha tornado impredecible y delirante“, corearon al unísono los jerarcas demócratas, el senador Chuck Schumer y el representante Hakeem Jeffries, en un comunicado que pedía una “intervención divina” para rescatar al país del pantano. “En lugar de concertar un acuerdo bipartidista de buena voluntad, se halla absorto en la publicación de dementes falsificaciones digitales“.

Por su parte, el vicepresidente JD Vance proclamó que los republicanos anhelan solucionar los dilemas de salubridad que atormentan a los demócratas, pero se negarán a toda negociación hasta que las puertas del gobierno crujan de nuevo abiertas. Una lógica circular perfecta: para arreglar el problema, primero debemos resolver el problema que nos impide arreglarlo. Una obra maestra de la razón de Estado.

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