El Gran Teatro del Cierre Gubernamental
WASHINGTON.- En un alarde de lo que los teóricos políticos llaman “realismo mágico gubernamental”, el presidente Donald Trump ha perfeccionado el arte de gobernar por espejismo. Mientras el aparato estatal se paraliza, el mandatario demuestra que la verdadera esencia del poder reside en ignorar magnificentemente las consecuencias de sus propias decisiones.
El cierre gubernamental, ese incómodo paréntesis donde 750.000 siervos federales descubren que su patriotismo no incluye el recibo de nómina, se ha transformado bajo el genio trumpiano en un espectáculo de normalidad artificial. Los programas de asistencia nutricional agonizan, los veteranos mendigan sus beneficios, pero en el Olimpo de la Casa Blanca, los chefs preparan hamburguesas artesanales que harían llorar a Ronald McDonald.
“Parece que para ellos todo está bien”, comentó un demócrata cual Cassandra en medio del banquete de los dioses. La observación, aunque precisa, subestima el profundo significado filosófico de la situación: cuando cierras el gobierno pero mantienes abiertos los campos de golf, estás demostrando qué servicios consideras realmente esenciales.
La Diplomacia del Desprecio
El presidente emprende giras asiáticas con la dedicación de un monarca absoluto recorriendo sus colonias. Mientras los museos cierran y los servicios sociales colapsan, el gabinete trumpiano despliega una estrategia geopolítica basada en visitar todas las instalaciones militares que siguen funcionando porque, afortunadamente, las balas no entienden de cierres presupuestarios.
“Ni siquiera sé si deberían estar trabajando, pero no faltan un día”, declaró el presidente sobre sus empleados, en lo que los estudiosos reconocerán como la definición más honesta de trabajo no esencial jamás pronunciada.
La Evolución del Liderazgo por Contraste
Durante cierres anteriores, los presidentes mostraban una molesta tendencia a actuar como si estuvieran afectados por las circunstancias. Obama cancelaba viajes, Trump cancelaba salidas navideñas. Era la era de la empatía performativa.
Hoy hemos superado esas limitaciones burguesas. La nueva estrategia consiste en actuar como si el cierre fuera un problema que afecta a otra administración, posiblemente demócrata, que inexplicablemente sigue gobernando en alguna dimensión paralela.
“El presidente Trump continúa trabajando día y noche en nombre del pueblo estadounidense”, declaró su portavoz desde lo que solo podemos imaginar como el búnker de la negación absoluta. La declaración es técnicamente cierta si entendemos “trabajar” como “mantener el ritmo habitual de actividades placenteras”.
La Nueva Geometría del Poder
Los analistas coinciden en que esta aproximación tiene un genio perverso: mientras el pueblo sufre, el príncipe demuestra que su deber principal es mantener la majestad del cargo. Es la teoría del “rey sol” aplicada a la democracia moderna.
“Es un enfoque mucho más inteligente”, comentó un antiguo colaborador republicano, probablemente refiriéndose a que es más inteligente para la imagen presidencial, aunque posiblemente no para los 750.000 estadounidenses que han descubierto que su trabajo es tan esencial como prescindible.
Mientras tanto, en el gran teatro de la política estadounidense, el espectáculo debe continuar. Los viajes presidenciales, las recepciones fastuosas y los almuerzos con senadores son el telón de fondo perfecto para ocultar el pequeño detalle de que el gobierno, técnicamente, no está gobernando.
En este nuevo paradigma, la verdadera medida del liderazgo no es resolver crisis, sino actuar con tal desapego hacia ellas que uno casi puede convencerse de que no existen. Es el triunfo definitivo de la percepción sobre la realidad, la victoria final de la forma sobre el fondo.
