En un espectáculo que haría palidecer al mismísimo Nero, las autoridades globales confiscan mensualmente nueve monarcas de la jungla, evidenciando cómo el tráfico de criaturas majestuosas se ha convertido en el negocio familiar más lucrativo desde los Medici. La hemorragia de biodiversidad alcanza tal magnitud que pronto necesitaremos álbumes de cromos para recordar cómo eran estos felinos.
El último panfleto de la red TRAFFIC revela con ironía sangrante cómo los carteles de la extinción innovan más rápido que los ministerios de ecología. De los cien mil soberanos que reinaban en las selvas hace un siglo, hoy sobreviven entre 3.700 y 5.500 parias, convertidos en mercancía de lujo para neocapitalistas con complejo de faraón.
El circo contemporáneo de la devastación
Mientras los discursos ambientalistas adornan cumbre tras cumbre, el mercado negro de esplendor animal acelera su maquinaria con lógica distópica. Ya no se conforman con despiezar símbolos vivientes: ahora los prefieren completos, como trofeos animados para coleccionistas que decoran sus mansiones con la misma delicadeza con que Drácula amueblaba su castillo.
El sexto volumen de la saga «Piel y Huesos» documenta cómo entre el 2000 y 2025 se registraron 2.551 rapiñas institucionalizadas involucrando 3.808 tigres. El año 2019 marcó el cenit de esta orgía consumista con 141 incautaciones, seguido por 139 en 2023, demostrando que ni las pandemias logran frenar nuestro apetito por lo prohibido.
Geografía del exterminio elegante
Los trece reinos originarios del tigre lideran este etnocidio, con India, China e Indonesia convertidas en epicentros del saqueo. Pero la civilización occidental no se queda atrás: México, Estados Unidos y el Reino Unido han desarrollado un gusto exquisito por convertir dioses de la naturaleza en mascotas para narcotraficantes y celebrities aburridos.
Ramacandra Wong, analista del informe, señala con amarga lucidez: «Este auge refleja tanto mejores tácticas policiales como la sofisticación de una criminalidad que opera con la eficiencia de una multinacional».
La evolución es tan grotesca como predecible: si en los años 2000 el 90% de lo incautado eran fragmentos, ahora el 60% son cadáveres íntegros o ejemplares vivos. En Vietnam, Tailandia e Indonesia, más del 40% de las confiscaciones son tigres completos, como si el mercado exigiera la obra completa en lugar de meras reliquias.
Ecología de la depredación globalizada
Este festín de vanidades incluye un menú degustación de especies amenazadas. Casi el 20% de los incidentes involucran leopardos, osos y pangolines como acompañamiento de lujo para quienes coleccionan extinciones como otros coleccionan vinos.
Las preferencias varían según la latitud: Estados Unidos y México prefieren tigres vivos como accesorios de estatus; Europa los disecciona para supuestas panaceas medievales; y Asia los transforma en amuletos y remedios para la impotencia existencial de una civilización que olvidó su conexión con la naturaleza.
Leigh Henry del Fondo Mundial para la Naturaleza sentencia con urgencia trágica: «El comercio ilícito sigue siendo la amenaza primordial para los tigres salvajes. Si no intensificamos drásticamente los esfuerzos contra este tráfico de maravillas, nos enfrentamos a la posibilidad cierta de un planeta sin el rugido de la vida salvaje».
Mientras tanto, en los salones de la alta sociedad, algún magnate bebe coñac frente a una cabeza disecada, sin comprender que está contemplando su propio reflejo: otro depredador condenado a la soledad más absoluta.


















