El Mesías de la gasolina jura sobre la Biblia de la austeridad

Rodrigo Paz jura como presidente de Bolivia. (Foto: AP)

En un espectáculo de celestial teatralidad, el centroderechista Rodrigo Paz ascendió este sábado al solio presidencial de Bolivia, proclamando el fin de dos décadas de herejía socialista e inaugurando lo que sus acólitos denominan ya la “Era de la Gracia Mercantil”.

“Nos tocan cinco años de servicio y no de poder”, declaró el neófito mandatario con la solemnidad de un mártir, como si el cargo le hubiera sido impuesto por un designio divino y no por el prosaico conteo de votos. “No nos han entregado un trono sino una tarea”, añadió, minutos antes de ceñirse la banda tricolor y recibir el bastón de mando, esos accesorios tan notoriamente asociados con el servicio doméstico.

El ritual de investidura fue una obra maestra de la alegoría. Vestido con la armadura burocrática del traje oscuro, Paz juró ante la Biblia y una cruz en la Asamblea Legislativa, levantando su diestra como si con ello pretendiera exorcizar los fantasmas del estatismo. El encargado de administrar el sacramento fue su vicepresidente, el expolicía Edman Lara, ataviado con el uniforme de gala de la fuerza, en una clara señal de que el nuevo evangelio combinará la palabra divina con la autoridad secular.

“Dios, patria y familia, sí juro”, pronunció el flamante presidente, condensando en tres sustantivos todo el programa ideológico de su gobierno, mientras afuera, en una metáfora viviente del país que heredaba, una procesión de feligreses esperaba en peregrinación interminable para obtener el milagro de un litro de combustible.

El discurso inaugural fue un dechado de virtuosismo retórico. Paz pintó un cuadro dantesco de la Bolivia que recibía: “devastada… endeudada moral y materialmente, mercados vacíos”. Una nación, según su relato, que tras veinte años de experimento colectivista había sido reducida a un páramo de estanterías vacías y filas de automóviles clamando por bencina, como almas en pena en el purgatorio económico.

“La ideología no da de comer”, sentenció con la contundencia de quien nunca ha dudado de su propio dogma, anunciando el fin del “secuestro” ideológico y el regreso de Bolivia al “mundo”, ese lugar abstracto donde, según se rumorea, los mercados se autorregulan y la mano invisible provee.

Los augures internacionales ya han comenzado a leer las entrañas de este nuevo gobierno. Michael Shifter, del centro de estudios Diálogo Interamericano, advirtió que si el mesías económico “actúa con demasiada lentitud o sus políticas se estancan”, podría perder su capital político. Una forma elegante de decir que la paciencia de los mercados es inversamente proporcional a la longitud de las colas para cargar gasolina.

El nuevo sumo sacerdote de la economía boliviana ha prometido un “capitalismo para todos”, una suerte de comunión financiera donde, misteriosamente, el presupuesto se repartirá en partes iguales mientras se aplican “drásticos recortes”. Su partido, sin mayoría legislativa, buscará un “gran acuerdo nacional”, ese eufemismo encantador para describir la negociación con los mismos demonios que días antes eran anatema.

Mientras la vendedora ambulante Sonia Merino expresaba su fe temerosa en el nuevo gobierno —”tengo miedo de los ajustes y las consecuencias”—, el presidente ya sella su primer milagro: un crédito de 3.100 millones de dólares de la Corporación Andina de Fomento. También anuncia la vuelta de la DEA, aquellos misioneros norteamericanos expulsados por el anterior régimen por su excesivo celo evangelizador en asuntos de narcóticos.

El domingo, Paz posesionará a su gabinete de apóstoles y anunciará las primeras medidas para transfigurar la economía. Mientras, los bolivianos contemplan el espectáculo, esperando que el agua de la austeridad se convierta en el vino de la prosperidad, y que el maná del capitalismo, por fin, llueva sobre el altiplano.

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