En un acto de sublime coreografía geopolítica, el emperador comercial Donald Trump y el canguro mandatario Anthony Albanese rubricaron un pacto telúrico en el templo del poder occidental. El objetivo declarado: desenterrar de las antípodas los minerales estratégicos necesarios para que el mundo libre no tenga que arrodillarse ante el Dragón de Oriente cada vez que su teléfono inteligente emita un pitido.
Los dos estadistas, en un arrebato de modestia característica, presentaron el convenio como una transacción de 8.500 millones de dólares. Trump, con la sobriedad numérica</strong que le distingue, profetizó: "En aproximadamente un año, tendremos tantos minerales críticos que no sabrán qué hacer con ellos. ¡Valdrán dos dólares!”. Una afirmación que, sin duda, hará temblar los cimientos de la economía global y los departamentos de contabilidad.
Mientras tanto, en el Reino Medio, sus burócratas iluminados han decidido que hasta la más ínfima mota de polvo de tierras raras que abandone sus fronteras debe contar con el visto bueno celestial del Partido. La administración Trump ha calificado esta medida como un acto de extorsión geológica, como si controlar el 90% del suministro mundial de algo fuera, de algún modo, una posición de ventaja.
Kevin Hassett, un oráculo económico de la Casa Blanca, declaró que Australia será “realmente útil” para liberar a la economía planetaria de este yugo. Alabó la “abundancia de recursos” del continente-isla, omitiendo cortésmente mencionar que, durante décadas, la estrategia comercial de Pekín de inundar el mercado con material barato hizo que extraer estos mismos recursos fuera tan rentable como vender hielo en el ártico.
La Fiebre del Oro (Australiana)
El acuerdo promete un impacto inmediato, siempre que la definición de “inmediato” incluya años o incluso décadas. Pini Althaus, un pionero de los subsuelos que ahora busca fortuna en las estepas de Kazajistán y Uzbekistán, advirtió sobre la crucial necesidad de incluir precios mínimos en los contratos. Es decir, hay que protegerse de que China, en un arranque de mala educación capitalista, vuelva a hacer lo que mejor sabe: vender más barato que todo el mundo.
“Quitarle a China el poder para manipular los precios es un primer paso crucial”, declaró Althaus, quien lleva un cuarto de siglo en el negocio, casi el mismo tiempo que China lleva teniendo una ventaja insalvable. “China nos lleva casi 40 años de ventaja. Tenemos al menos un par de décadas para ponernos al día”, añadió, proyectando un optimismo que raya en lo metafísico.
La Santa Alianza AUKUS y Otros Milagros
La peregrinación diplomática del Primer Ministro Albanese también sirvió para bendecir el pacto de seguridad AUKUS, un legado de la era Biden que Trump ahora abraza como un hijo pródigo. “Avanza muy rápidamente, muy bien”, aseguró el magnate, mientras su Secretario de Marina prometía eliminar “parte de la ambigüedad” del marco original. “Debería ser una situación en la que todos ganen”, sentenció, en lo que sin duda será recordado como un principio fundamental de las relaciones internacionales.
Para rematar la farsa dialéctica, el centroizquierdista Albanese, quien aseguró que su reelección se debió precisamente a no ser “trumpista”, se presentó ante el mismísimo Trump para sellar una alianza que, según él, lleva la relación bilateral “al siguiente nivel”. Una lección magistral de realpolitik donde las convicciones ideológicas se disuelven como un terrón de azúcar en el café de una reunión de alto nivel.
Así, mientras el mundo observa, las potencias occidentales se embarcan en una cruzada minera épica, decididas a gastar miles de millones para replicar, en unas pocas décadas, lo que un rival al que llaman “economía de mando y control” ha construido en medio siglo. Una carrera en la que, sin importar quién gane, los únicos que parecen asegurar un beneficio claro son los señores de la guerra, los magnates de la minería y los eternos profetas de la próxima gran crisis.