El pacto de defensa mutua que satiriza la geopolítica moderna

El pacto de defensa mutua que satiriza la geopolítica moderna

Foto: Agencia AP.

En un giro que Jonathan Swift hubiera encontrado demasiado oneroso incluso para sus Viajes de Gulliver, los augustos reinos de Pakistán y Arabia Saudí han decidido elevar su amistad a cotas metafísicas inauditas. Este miércoles, en una ceremonia que sin duda estuvo cargada de la solemnidad que merece semejante farsa, firmaron un pacto de defensa que establece, con la seriedad de un chiste mal contado, que un ataque contra uno será interpretado como una afrenta contra los dos. Una suerte de matrimonio por el poder, pero sin el anillo ni la tarta.

El sublime momento para este acto de cooperación estratégica no podría ser más oportuno: justo cuando la región hierve tras el último episodio de violencia, el ataque israelí en Qatar que se cobró seis vidas. Nada como un buen baño de sangre para cimentar los lazos de seguridad nacional entre monarquías y repúblicas. La lógica es impecable: si el vecindario arde, ¿qué mejor que atarse de pies y manos con el camarada de al lado para arder juntos como una sola y gloriosa antorcha?

El pomposamente bautizado Acuerdo Estratégico de Defensa Mutua fue rubricado durante la peregrinación del primer ministro pakistaní, Shehbaz Sharif, a la corte del príncipe heredero Mohammed bin Salman. El comunicado conjunto posterior, un monumento a la vacuidad diplomática, proclama que “cualquier agresión contra cualquiera de los países será considerada una agresión contra ambos”. Una declaración tan profunda como obvia, que redefine el concepto de solidaridad reduciéndolo a la simpleza de un juego infantil: “Si le pegan a mi amigo, me pegan a mí”. La sofisticación de la geopolítica en el siglo XXI no conoce límites.

Los firmantes, por supuesto, expresaron su inquebrantable compromiso con la seguridad de ambas naciones y con la “paz en la región y el mundo”. Porque nada fomenta la paz como prepararse conjuntamente para la guerra. El acuerdo, nos informan, busca “fortalecer la disuasión contra cualquier agresión“. Es decir, pretenden ahuyentar la violencia amenazando con una violencia mayor y mejor coordinada. Una paradoja tan deliciosamente absurda que hasta un personaje de Orwell envidiaría.

Detrás de esta pantomima de cooperación en defensa yace, como siempre, el oro negro que mueve los hilos de los títeres. Pakistán mantiene lazos umbilicales con el reino saudí, su proveedor clave de petróleo. Así, el pacto no es más que la formalización de una relación de dependencia energética disfrazada de fraternidad castrense. Un trueque clásico: protección a cambio de crudo. La realpolitik se viste con el ropaje de la defensa mutua, y los comunicados de prensa se encargan de barnizarlo con una capa de idealismo que ni el más crédulo de los ciudadanos podría tragar sin atragantarse.

En definitiva, el mundo observa, entre la incredulidad y el hastío, cómo se perpetúa el eterno circo de las alianzas estratégicas, donde la palabrería grandilocuente intenta ocultar los intereses mezquinos y donde la promesa de paz se construye sobre los cimientos de la preparación bélica. Un espectáculo tan viejo como la humanidad misma, pero que nunca pierde su capacidad para provocar una risa amarga.

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