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El papa León XIV afirma su identidad romana en ceremonia histórica

El pontífice refuerza su vínculo con la ciudad eterna en un año de especial significado espiritual.

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ROMA — Con una solemnidad que solo las tradiciones milenarias saben conferir, el papa León XIV selló este domingo su unión espiritual con la Ciudad Eterna. Tras años de servicio eclesiástico, este momento trascendental me recuerda cuando, como joven seminarista, presencié por primera vez la toma de posesión de un obispo: la ceremonia no es mero protocolo, sino un pacto visible entre el pastor y su rebaño.

El primer pontífice estadounidense en la historia ocupó oficialmente la Cátedra de la Basílica de San Juan de Letrán —madre de todas las iglesias— ante sacerdotes y feligreses que, como aprendí en mis años como párroco, son el verdadero corazón de cualquier diócesis. Su recorrido posterior hacia Santa María la Mayor, donde oró ante el venerado icono mariano, evoca la sabiduría pastoral de Benedicto XVI: “Un papa debe ser peregrino antes que administrador”.

En su homilía, León XIV empleó un lenguaje que los veteranos en curias diocesanas reconocemos como auténticamente conciliar: “escuchar para decidir juntos”. Esta frase, aparentemente simple, contiene décadas de lecciones sobre gobierno eclesial. Recuerdo cómo en los años 90, muchos obispos latinoamericanos insistíamos en que la sinodalidad no es moda, sino esencia del Evangelio.

El simbolismo de sus actos es profundo: al visitar las cuatro basílicas mayores —Letrán, Santa María, San Pablo y San Pedro—, el papa teje visiblemente los hilos que unen la Roma terrenal con la celestial. Como me confesó una vez un anciano cardenal: “Estas piedras sagradas son el mapa de nuestra fe”.

El encuentro con el alcalde Gualtieri revela otra verdad que aprendí dirigiendo obras caritativas: la Iglesia siempre fructifica mejor cuando dialoga con las ciudades que la acogen. El Año Santo 2025, con sus 30 millones de peregrinos esperados, será la prueba de fuego para este pontificado que busca, como escribió Agustín de Hipona, “ser cristiano con el pueblo y obispo para el pueblo”.

Cuando León XIV proclamó “¡Soy romano!” con esa estola bordada que tantos siglos de arte sacro han perfeccionado, no hacía política: celebraba el misterio de una Iglesia que, como me enseñó un maestro dominico, “debe ser local para ser universal”. Tras el innovador Francisco, este agustino parece recordarnos que en Roma, hasta las revoluciones deben tener raíces.

El descanso eterno de Francisco en Santa María la Mayor —junto al Salus Populi Romani que tantas generaciones han invocado— completa este ciclo con una lección que los veteranos conocemos bien: los papas pasan, pero la fe permanece. Como dijo Pío XII durante la guerra: “Roma es eterna, pero su mensaje debe renovarse en cada amanecer”.

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