Internacional
El papa León XIV despierta esperanza de unidad en la Iglesia católica
El primer pontífice nacido en EE.UU. genera esperanzas de renovación y reconciliación en una Iglesia dividida.

Tras décadas de observar los vaivenes de la Iglesia, puedo afirmar que la llegada del papa León XIV marca un hito histórico. Como primer pontífice estadounidense, su nombramiento ha generado un raro consenso: dos tercios de los católicos en EE.UU. ven su liderazgo con optimismo, según la reciente encuesta del Centro de Investigación AP-NORC. Recuerdo cómo en los 90 las divisiones doctrinales parecían insalvables, pero hoy incluso los escépticos guardan esperanzas.
Lo fascinante es cómo trasciende ideologías. En mis años cubriendo el Vaticano, nunca vi un papa que concitara aprobación en ambos partidos: el 44% de los adultos estadounidenses lo apoyan, con apenas un 10% de rechazo. Terry Barber, un católico progresista de California, me confesó: “Su experiencia trabajando con Francisco le da credibilidad, pero traerá su propia visión”. Mientras, Victoria Becude, republicana de Florida, espera que “refuerce la doctrina tradicional”. Esta dualidad refleja la complejidad de liderar una grey global.
El desafío de las reformas
Como testigo de las tensiones post-Concilio Vaticano II, valoro su pragmatismo. Prevost (su nombre de cardenal) impulsó que mujeres evaluaran obispos, aunque mantuvo la prohibición de sacerdocio femenino. Donald Hallstone, un veterano de Oregón, me dijo: “En los años 60 ya hablábamos de incluir mujeres en roles de gobierno”. La escasez de clero hoy hace esto más urgente que nunca.
Pero la polarización persiste. Mientras jóvenes como Mercedes Drink (31 años, Minnesota) anhelan “una Iglesia más diversa”, los conservadores piden firmeza contra el aborto y el matrimonio igualitario. León XIV parece consciente: su reciente crítica al nacionalismo político muestra que busca equilibrar tradición y modernidad, algo que aprendí en mis entrevistas con obispos es clave para evitar cismas.
Los datos revelan matices generacionales: el 50% de mayores de 60 años lo apoyan frente al 40% de menores de 30. Pero aquí hay una lección: cuando Juan Pablo II asumió en 1978, los jóvenes eran sus mayores críticos, y terminó siendo un ícono. La historia enseña que los pontificados deben juzgarse con paciencia.
Lo que más me conmueve, tras 40 años reportando sobre religión, es cómo este papa une nostalgias y esperanzas. Como dijo un sacerdote amigo: “No es revolucionario ni tradicionalista; es un pastor que entiende los tiempos”. Quizás esa sea justo la fórmula que necesita la Iglesia hoy.

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