Un llamado desde la logia: más que palabras en un día de lluvia
Desde la majestuosa logia con vista a la Plaza de San Pedro, un mar de más de 26.000 rostros, algunos aún brillando por la pertinaz lluvia matutina, esperaba el primer mensaje “Urbi et Orbi” del papa León XIV. He presenciado muchos de estos discursos a lo largo de los años, y cada uno tiene un tono único, una huella del pastor que lo pronuncia. Este, el del primer pontífice estadounidense, llevaba el acento de su experiencia vital: un inglés nativo y un español aprendido en las calles y comunidades de su amado Perú, donde sirvió como misionero y arzobispo. El cálido aplauso que recibió al saludar en estos idiomas no fue solo protocolo; fue el reconocimiento de un hombre que ha caminado entre dos mundos.
La geografía del sufrimiento: un mapa moral en la homilía
En nuestro oficio, aprendemos que la verdadera doctrina no solo se enseña, se encarna. El mensaje navideño del Santo Padre fue una lección magistral de esto. No habló de crisis abstractas, sino que dibujó un mapa concreto del dolor humano: desde los habitantes de Gaza expuestos a los elementos, hasta la hambruna en Yemen; desde los migrantes que desafían al Mediterráneo hasta los que cruzan las Américas. Al mencionar Ucrania, Sudán, Myanmar y tantos otros, no hacía un simple listado geopolítico. Con los años, he comprendido que este ejercicio es un acto de memoria sagrada: nombrar es reconocer la humanidad que el mundo suele olvidar. Su petición de restaurar “la antigua amistad entre Tailandia y Camboya” mostró un conocimiento profundo de heridas históricas que solo la sabiduría pastoral percibe.
La paz no es un monólogo: una lección aprendida en el diálogo
“Habrá paz cuando nuestros monólogos se interrumpan”. Esa frase de su homilía resonó en mí con una fuerza especial. He visto demasiadas iniciativas de paz fracasar porque, en el fondo, eran discursos paralelos, no encuentros auténticos. El pontífice fue al núcleo del problema: la paz exige humildad para “arrodillarse ante la humanidad del otro”. Esto va más allá de la teoría diplomática; es una verdad que se palpa en la reconciliación de dos feligreses en una parroquia, o en el entendimiento entre comunidades divididas. Su crítica a los “discursos pomposos” de quienes envían a los jóvenes a la guerra destila la amarga lección de que la retórica patriótica a menudo esconde el sinsentido de la violencia.
Revivir tradiciones: el simbolismo de los saludos multilingües
Un detalle no menor fue la revitalización de los saludos navideños en múltiples lenguas, una tradición que su predecesor había simplificado. Esto no es nostalgia. En la comunicación global, cada gesto es un mensaje. Al hacerlo, León XIV envió una señal poderosa de universalidad y atención a la diversidad de su rebaño. Es un insight práctico: en un mundo fragmentado, el reconocimiento de la lengua materna es el primer paso hacia el corazón. El gesto de quitarse las gafas para la despedida final, íntimo y espontáneo, completó la imagen de un líder accesible, que combina la solemnidad del cargo con la calidez personal.
El cierre de un Año Santo: una reflexión sobre la fragilidad y la esperanza
Que esta Navidad marque el cierre del Año Santo añade una capa de profundidad al mensaje. Después de un período de gracia y peregrinación, la llamada es a llevar esa renovación espiritual al mundo herido. El papa no ofreció soluciones políticas fáciles—la experiencia nos enseña que no las hay—sino un camino interior: solidarizarse con el débil, escuchar al oprimido, actuar con responsabilidad. Al recordar a los desempleados, los trabajadores mal remunerados y los encarcelados, ensanchó el concepto de “pobreza” para incluir la falta de dignidad y oportunidad. La verdadera paz, nos recordó, comienza cuando el mensaje del Niño Dios en Belén se traduce en compasión activa hacia cada persona que sufre en nuestro planeta. Esa es la esencia perdurable del mensaje navideño, una lección que, tras décadas de servicio, confirmo como la más urgente y transformadora.













